viernes, 29 de enero de 2016

6º: FILOSOFÍA

1. Metafísica (*Resumen extraído del diccionario filosófico Ferrater Mora)


La palabra «metafísica»  significa «más allá de la naturaleza o más allá de lo material o físico», proviene del título puesto por Andrónico de Rodas a una colección de escritos de Aristóteles. Esto no implica que la metafísica haya nacido con Aristóteles, sino que es de hecho más antigua, dado que hay casos de pensamiento metafísico en los filósofos presocráticos. Platón estudió en diversos Diálogos lo que es el ser, con lo que preparó el terreno a Aristóteles  que elaboró lo que él llamaba una «filosofía primera», cuyo principal objetivo era el estudio del Ser en cuanto tal, de sus atributos y sus causas.
La metafísica pregunta por los fundamentos últimos del mundo y de todo lo existente. Su objetivo es lograr una comprensión teórica del mundo y de los principios últimos generales más elementales de lo que hay, porque tiene como fin conocer la verdad más profunda de las cosas, por qué son lo que son; y, aún más, por qué son.
Tres de las preguntas fundamentales de la metafísica son:
1.   ¿Qué es ser?
2.   ¿Qué es lo que hay?
3.   ¿Por qué hay algo, y no más bien nada?
No sólo se pregunta entonces por lo que hay, sino también por qué hay algo. Además aspira a encontrar las características más elementales de todo lo que existe: la cuestión planteada es si hay características tales que se le puedan atribuir a todo lo que es y si con ello pueden establecerse ciertas propiedades del ser.

Algunos de los conceptos principales de la metafísica son: sernadaexistenciaesenciamundoespaciotiempomenteDioslibertadcambiocausalidad y fin.

*Resumen extraído del diccionario filosófico Ferrater Mora

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2. José Ortega y Gasset - “Unas lecciones de Metafísica”




LECCIÓN I    

Para quien no la necesita, para quien no la busca, la Metafísica es una serie de palabras o, si se quiere, de ideas que, aunque se crea haberlas entendido una a una carecen, en definitiva, de sentido; esto es, que para entender verdaderamente algo, y sobre todo la Metafísica, no hace falta tener eso que se llama talento ni poseer grandes sabidurías previas; lo que, en cambio, hace falta es una condición elemental, pero fundamental: lo que hace falta es necesitarla.
(…) digamos que Metafísica es algo que el hombre hace, por lo menos, algunos hombres; ya veremos si todos aunque no se den cuenta.  Pero esta definición no nos basta, porque el hombre hace muchas cosas y no sólo Metafísica; más aún, el hombre es un incesante, ineludible y puro hacer. Hace su hacienda, hace política, hace industria, hace versos, hace ciencia, hace paciencia; y cuando parece que no hace nada es que espera, y esperar, vuestra experiencia os lo confirma, es a veces un terrible y angustioso hacer: es hacer tiempo, Y el que ni siquiera espera, el que verdaderamente no hace nada, el faitnéant, ese hace la nada, es decir, sostiene y soporta la nada de sí mismo, el terrible vacío vital que llamamos aburrimiento, spleen, desesperación. El que no espera desespera; hacer tan horrible, menesteroso de tan fiero esfuerzo que es uno de los que menos puede el hombre aguantar y suele llevarle a hacer la efectiva y absoluta nada, a aniquilarse, suicidarse.
Entre tan vario, omnímodo hacer ¿cómo reconoceremos el peculiarmente metafísico? Para ello tendré que anticipar una segunda definición más determinada: el hombre hace Metafísica cuando busca una orientación radical en su situación. 
 Pero ¿cuál es la situación del hombre? Este se encuentra no en una sino en muchas situaciones distintas, por ejemplo, ustedes se encuentran ahora en una, casualmente en la de ponerse a estudiar Metafísica como hace dos horas se encontraban en otra y mañana en otra. Ahora bien, todas esas situaciones por diferentes que sean coinciden todas en ser porciones de la vida de ustedes. Por lo visto la vida del hombre se compone de situaciones, como la materia se compone de átomos. Siempre que se vive se vive en una determinada situación. Pero es evidente que al ser todas situaciones vitales, por muy distintas que sean habrá en ellas una estructura elemental, fundamental que las hace, a todas, situaciones del hombre. Esa estructura genérica será lo que tengan esencialmente de vida humana. O dicho en otra forma, cualesquiera sean los ingredientes variables que forman la situación en que yo me encuentre es evidente que esa situación será un vivir yo. Por tanto: la situación del hombre es la vida, es vivir.
Y decimos que la Metafísica consiste en que el hombre busca una orientación radical en su situación. Pero esto supone que la situación del hombre – esto es, su vida – consiste en una radical desorientación. No, pues, que el hombre, dentro de su vida, se encuentre desorientado parcialmente en este o el otro orden, en sus negocios o en su caminar por un paisaje, o en la política. El que se desorienta en el campo busca un plano o la brújula, o pregunta a un transeúnte y esto le basta para orientarse. Pero nuestra definición presupone una desorientación total, radical; es decir, no que al hombre le acontezca desorientarse, perderse en su vida, sino que, por lo visto, la situación del hombre, la vida, es desorientación, es estar perdido – y por eso existe la Metafísica.




LECCIÓN II
La Metafísica es algo que el hombre hace y ese hacer metafísico consiste en que el hombre busca una orientación radical en su situación. Esto parece implicar que la situación del hombre es una radical desorientación, o lo que es lo mismo, que a la esencia del hombre, a su verdadero ser no pertenece como uno de los atributos constituyentes el estar orientado sino que, al revés, es propio de la esencia humana estar el hombre radicalmente desorientado.
           
Tal vez – noten que digo nada más «tal vez» – eso que llamo estar el hombre orientado es lo que tradicionalmente se llama «saber lo que las cosas son» o «conocerlas». ¿Por qué no usar esta expresión más habitual, más conocida? En efecto, el que sabe lo que las cosas son – entendiendo el término cosa en su sentido más amplio y vago – está orientado. Según esto, orientación no sería sino saber o conocer.  Pero aparte de que ello no es cierto (…), noten ustedes la transformación que en nuestra definición produciría Sustituyendo saber por orientación tendríamos que Metafísica sería el saber radical. Ahora bien, esta definición supone que sabemos lo que es el saber, el conocer. De otro modo no se emplearía. Y, en efecto, suponer como cosa sabida lo que es el saber y lo que es el ser de las cosas, en apoderarse del cual se hace consistir el conocimiento, ha sido el uso constante de la Filosofía. Mas yo intento precisamente tomar los problemas filosóficos en un estrato más hondo de cómo han solido ser atacados. Yo no doy por supuesto y entendido lo que es saber y lo que es ser, y no hago consistir la Metafísica en partir sin más a averiguar lo que las cosas son, creyendo que si averiguo esto ya sé – puesto que la idea tradicional del saber o conocimiento consiste en que el sujeto posea intelectualmente el ser de las cosas. Mal puedo de verdad averiguar lo que las cosas son si antes no sé lo que el ser es. Si no sé lo que él mismo es ¿cómo voy a poder saber cuál es el de las cosas?
           
Tenemos, pues, que las dos ideas recíprocas – el ser y el saber o conocer – quedaron siempre a la espalda de la Metafísica o Filosofía durante siglo y medio, sin embargo, se consideró como parte inicial y fundamental de la Filosofía la crítica o teoría del conocimiento, como durante más de mil años se consideró que la parte inicial o fundamental de la filosofía era la ontología o teoría del ser. ¿Cómo puedo yo afirmar que es una innovación plantearse como problema lo que es el conocer y lo que es el ser, si son las dos cuestiones clásicas, canónicas de toda filosofía? Pues ahí está lo peregrino del caso: cuando hasta ahora la filosofía estudiaba el ser, lo que estudiaba es el ser-de-las-cosas, y se preguntaba: ¿qué son las cosas?; pero no se preguntaba: ¿qué es el ser? Esto lo daba por supuesto, no se hacía cuestión de ello, lo dejaba a su espalda. Y parejamente, cuando la teoría del conocimiento se preguntaba: ¿qué es el saber o conocimiento? lo que buscaba era si era posible, cómo era posible, cuáles eran sus límites y normas. Pero jamás se le ocurrió entender la pregunta en su sentido más obvio, radical y primario, a saber ¿qué es eso cuya posibilidad, funcionamiento, límites y normas investigamos?, o dicho de otro modo, ¿cómo es que existe en el universo ese algo que llamamos saber, cuál es su sentido originario, en qué consiste él mismo?, antes de averiguar si es posible o no, cómo funciona, etc.
 Si «saber» y «ser» son los dos problemas fundamentales, definir la Metafísica como saber radical es darla ya por supuesta, peor aún, es dejarse lo principal de ella a la puerta y comenzar cuando ya todo se ha dado por resuelto. Aspiro, pues, a tomar la filosofía en un estrato previo, más hondo que el cultivado por el pretérito. La filosofía no progresa como las ciencias en la dimensión horizontal mediante ensanches sucesivos, progresa hacia abajo, en la dimensión de profundidad y su avance consiste en hacerse cuestión de lo que hasta la fecha no había sido cuestionable.
Como veremos, la idea de orientación es más radical, más honda y previa que la idea de saber y no viceversa. El estar orientado no se aclara verdaderamente por el concepto de saber, la orientación no es un saber, sino al revés, el saber es una orientación.
 Hecha esta advertencia tornemos a la definición de la Metafísica como aquello que el hombre hace cuando busca una orientación radical a su situación. Esto supone – decíamos – que la situación del hombre es desorientación.  Ahora bien, es casi seguro que todos ustedes se sienten más o menos orientados. Por consiguiente, ustedes ni necesitan ni pueden hacer Metafísica.  Pero la definición implica algo más grave. No dice que el hombre hace Metafísica cuando su situación es de desorientación y sólo entonces – admitiendo, por tanto, que puede hallarse en otras situaciones de hombre orientado –, sino que taxativamente afirma que la situación del hombre es siempre desorientación. Tanto da, para el caso, decir «desorientación» como decir «sentirse perdido». La definición supone, pues, que el hombre se siente perdido, no a ratos, no algunas veces sino siempre, o lo que es igual, que el hombre consiste sustantivamente en sentirse perdido. Ahora bien, sospecho que ninguno de ustedes se siente perdido.  Por tanto, mi definición por este lado, que es para ella decisivo, expresa, a lo que parece, un craso error. No vaya a resultar que de todos los que estamos aquí el único que se siente perdido soy yo, es decir, no es el metafísico y por eso necesita la Metafísica.
Pues bien, si cada uno de ustedes retrae la atención sobre sí mismo no encuentra a éste en situación de perdimiento y desorientación sino al contrario Cada uno de ustedes se encuentra instalado ahora en un aula de la Universidad Central, edificio e institución que pertenece a la tierra y nación españolas, las cuales tierra y nación forman parte de un planeta cuyas dimensiones y colocación en el cosmos astronómico es notoria para ustedes; o, que si no lo es, están ustedes seguros que en el momento que necesitasen hacérselo notorio lo aprenderían fácilmente. Todo eso y mucho más, por ejemplo, la constitución de la materia de que ese cosmos astronómico está formado, las leyes de su conducta, etc., consta a ustedes en sus líneas generales o en su detalle. Por otro lado, consta a cada uno de ustedes que su propia persona está integrada por una cosa que se llama cuerpo y otra que se llama alma, cuyas condiciones, por lo menos en sus atributos principales, aproximadamente, son posesión intelectual de ustedes o, lo que es igual, las saben. Podíamos seguir indefinidamente haciendo el inventario de todos los componentes de su situación que constan a ustedes. Es posible que a algunos les conste irrefragablemente algo aún más decisivo para los efectos de su orientación: a saber, que además de su cuerpo y su alma y del Cosmos físico existe un ente personal, creador de todo eso, omnipotente, infinitamente sabio y bueno, que mediante revelación se comunica al hombre y le dirige facilitándole una absoluta orientación. ¿Se puede pedir más?
Y es un hecho que día por día, conducen ustedes su existencia movilizándola entre esas cosas que les constan, comportándose en cada uno de sus actos conforme a la orientación que todas esas constancias les proporcionan. Ninguno de ustedes intentará salir de este aula al través de la pared porque les consta que la pared es una cosa de gran dureza, difícilmente perforable. En vista de esa constancia procurarán ustedes buscar la puerta porque les consta que la puerta es un objeto al través del cual se puede salir. Es tan humilde, tan elemental esta constancia que resulta ridículo hacerla especialmente constar, mas, por lo mismo, pone crudamente de manifiesto hasta qué punto es radical la necesidad de orientación, ya que nuestros actos más humildes y elementales la presuponen.
Decir que «nos consta algo» y decir que poseemos con respecto a algo una «convicción» son términos idénticos. Yo acabo de aludir brevemente al repertorio de las convicciones que ustedes poseen, las cuales les hacen sentirse orientados y no perdidos. Ahora bien, tomemos de entre esas convicciones aludidas una de las que parecen más firmes: que dos y dos son cuatro. Esto les consta a ustedes. Pero si analizamos esta constancia nos encontramos con algo sorprendente. Es probable que ninguno de ustedes se haya hecho nunca cuestión de si dos y dos son o no cuatro. ¿Qué quiere decir entonces que les consta, que tienen esa convicción? Quiere decir que la han recibido de su contorno social, que han oído, decir eso; a ustedes les consta sólo que a otros les consta! eso, por ejemplo, a los matemáticos. O expresado con el: otro término, tienen ustedes la convicción de que otros tienen esa convicción; pero eso quiere decir que de esta convicción no están ustedes convencidos. Usan de ella, ¡pero no es suya – hacen ustedescomo si les constase..! Es una constancia sin efectividad, ficticia, que está en ustedes porque está en otros, porque está en el contorno social. Viceversa, si un día se hacen ustedes cuestión de si,! en efecto dos y dos son cuatro y después de hacerse cuestión de ello, en vista de evidentes razones se convencen efectivamente de que es así, entonces ocurrirá que es cada uno de ustedes el que tiene esa convicción, que la convicción es suya y no de los otros, en suma, que de verdad le consta a cada uno de ustedes. Pero noten que esa constancia efectiva les ha sobrevenido porque, y sólo porque, se hicieron ustedes cuestión del asunto y mientras se hacían cuestión era para ustedes cuestionable el caso; o lo que es igual, se sintieron ustedes perplejos ante si dos y dos son cuatro o no, es decir, desorientados, perdidos. Y como lo propio acontece con todas las demás convicciones y constancias que integran su presunta, actual orientación resultará que, por lo visto, hay dos modos de estar orientado o de constarnos algo: uno, en que Ia orientación es efectiva, en que efectivamente nos consta algo a cada uno de nosotros, al sí mismo de cada cual, pero este modo supone siempre, inexorablemente, una previa desorientación, un previo no constarnos; y otro, en que la orientación es ficticia, en que no es el sí mismo de cada cual el convencido sino un pseudo-yo que nos viene del contorno social, el cual ha desalojado y suplantado nuestra efectiva personalidad y actúa en, nosotros. Esta ficticia orientación es la que no presupone desorientación previa.
Nos basta con lo dicho para entrever que el hombre se puede encontrar en una de dos situaciones: una auténtica, que implica la desorientación y por lo mismo nos obliga a intentar orientarnos; otra ficticia, falsa en que nos damos por orientados. ¿Cómo es esta última posible? Porque fíjense ustedes en la cosa tremenda que ello significa. Como el hombre conduce sus actos, esto es, va viviendo en vista de su orientación, del repertorio de sus convicciones en el caso de la orientación ficticia todos sus actos, por tanto, su vida toda será ficticia. Y, en efecto, si analizan ustedes su situación notarán que esa orientación en que se encuentran instalados tiene en la última resonancia de su conciencia un carácter provisional. Se dan ustedes cuenta de que la han adoptado precisamente para no hacerse cuestión de las cosas; diríase que precisamente porque por debajo de ella, en su última autenticidad se presienten ustedes radicalmente desorientados, perdidos. Este presentimiento, esta posibilidad les produce a ustedes horror y procuran embotarse para ella apartando de ella la atención, embarcándose ciegamente en las convicciones mostrencas de los otros, instalándose en el lugar común, en lo que se oye decir. Lo cual equivale, si fuese cierto este análisis que ahora sólo insinúo, lo cual equivale a que huyen ustedes de su auténtico sí mismo y lo sustituyen por una personalidad convencional(…).
(…)El propósito de estas lecciones no es otro que incitarles a tener cuidado de su vida, porque no tienen más que una y esa una se compone de un número dado, muy limitado de instantes, de ahoras, y emplearlo mal es como destruirlo, como matar un poco de su vida. (…)

LECCIÓN X
Esta averiguación nos pone delante algo inesperado: que la Metafísica u orientación radical del hombre no es algo adventicio, algo que hacen algunas veces algunos hombres llamados filósofos, pero que podían muy bien no hacer, algo, por tanto, que los demás no tienen por fuerza que hacer. Ahora resulta todo lo contrario: que el hacer metafísico es un ingrediente ineludible de la vida humana; más aún: que es lo que el hombre está haciendo siempre y que todos sus demás quehaceres son decantaciones y precipitados de aquél. En suma: que cuando ustedes creían que al acudir a una clase de Metafísica iban a hacer algo nuevo y, aunque acaso interesante, superfluo, se encuentran con que toda su vida no han hecho otra cosa. En efecto, ustedes han hecho cuanto han hecho, en su vida en vista de una cierta interpretación de la, circunstancia que en cada caso tenían. Esa interpretación, en su inmensa porción les ha venido del contorno social en que se hallaban, pero ustedes han tenido que recibirla, que asimilársela, que adherir a ella y, con más frecuencia de lo que ustedes mismos creen, han elegido entre ideas diferentes sobre el mundo y las cosas del mundo, que el contorno les ofrecía, Han hecho, pues, Metafísica.
La Metafísica no es una ciencia; es construcción del Mundo, y eso, construir mundo con la circunstancia, en la vida humana. El Mundo, el Universo, no es dado al hombre: le es dada la circunstancia con su innumerable contenido. Pero la circunstancia y todo en ella es, por si, puro problema. Ahora bien, no se puede estar en un puro problema. El puro problema es como un temblor de tierra o como el mar, algo en que no se puede estar. En el temblor de tierra no estamos, nos caemos. En el mar, nos hundimos. El puro problema es la absoluta inseguridad que nos obliga a fabricarnos una seguridad. La interpretación que damos a la circunstancia, en la medida que nos convence, que la creemos, nos hace estar seguros, nos salva. Y como el mundo o universo no es sino esa interpretación, tendremos que el mundo es la seguridad en que el hombre logra estar. Mundo es aquello de que estamos seguros.
Llegamos, pues, a esta fórmula: vida humana no es ser ya lo que es, sino tener que ser, tener que hacer para ser, por tanto, aún no ser. La expresión más inmediata dé ello se encuentra advirtiendo que lo que más nos importa es si seremos en el próximo momento. El presente no nos importa ya. De aquí qué la substancia radical de la vida sea inseguridad. Mas, por lo mismo, es, a la vez, impulso, afán de seguridad y construcción del mundo que la hace posible. El hombre hace mundo para salvarse en él, para instalarse en él – el hombre es Metafísica. La Metafísica es una cosa inevitable.
Ahora se trata, para ustedes y para mí, de que el hombre sea buena Metafísica.
Llegados aquí no tenemos más que proceder con un poco de orden. Hemos dicho que es la Metafísica una orientación radical: pensemos un poco sobre las condiciones de una orientación radical.
Al ser radical no podemos limitar el área de la vida sobre que vamos a orientarnos. El físico se orienta sobre las cosas corporales: lo demás queda fuera de su ocupación, de lo demás no se hace cuestión. Con tal que él consiga saber a qué atenerse acerca de los cuerpos, todo el resto queda para él intacto. Si al lado de los cuerpos hay otro género de realidades, qué le importa? Ni siquiera le importa cuál sea el valor y puesto de la realidad corporal en el universo. De aquí que acepta, sin hacérselo cuestión, el mundo; se entiende, el resto del mundo, según la tradición y su contorno social piensan que es. O dicho en otra forma: el físico, al hacerse problema del ser de los cuerpos, no puede aceptar sin examen previo y sin probarla ninguna opinión sobre los cuerpos, pero toma sin más, como firmes, otra porción de opiniones que no se refieren a los cuerpos. Por ejemplo, acepta la matemática, la da por verdadera y confiado en ella la usa en su laboratorio, acepta las leyes de la lógica, acepta, sin discutirlo, que el hombre es capaz de ciencia, etc. Todo esto puede hacerlo porque no pretende una orientación radical.
Ahora vemos, por contraposición, lo que es característico de ésta: no acepta ninguna opinión de cuya firmeza no podamos responder. Por tanto, no dar por segura ninguna opinión que no aseguremos nosotros mismos.
Fíjense lo que esto trae consigo. El físico puede aprovechar las opiniones ajenas, valiéndose de ellas, siempre que le resulten útiles. El físico hace su física apoyándola en convicciones de los que no son físicos. Hace, pues, su ciencia con otros. Pero el metafísico, al tener que renunciar a toda opinión que él mismo no se fabrique, al no poder recibir de los demás nada como bueno y firme, tiene que hacérselo él todo, o lo que es igual, tiene que quedarse solo. La Metafísica es soledad. Los demás podrán ponernos en camino de ella, pero cuando, de verdad, hacemos metafísica, esto es, cuando nos fabricamos nuestras convicciones radicales tenemos que hacerlo cada cual por sí y para sí, en radical soledad. Nadie, por excelente que sea su voluntad, puede darnos hechas nuestras convicciones.  Tenemos que convencernos a nosotros mismos.
El enunciado en que expresamos una convicción nuestra sobre el ser de algo se llamatesis, o posición, o proposición. El nombre es suficientemente significativo. Si, en efecto, llegamos a estar convencidos de algo, ese algo queda como firme ante nosotros, queda puesto.
Ahora bien, nuestras tesis son de dos clases: de un lado, todas aquellas que nos convencen porque se apoyan en otras ya firmes; de otro, las tesis primarias cuya firmeza no les viene de ninguna tesis previa.
Aquí tiene ustedes la dificultad constitutiva de una orientación radical: que necesita partir de ciertas tesis primeras, las cuales no funden su firmeza o verdad en otras y que, sin embargo, se afirmen a sí mismas. Todas las demás se apoyan en éstas, dependen de éstas, extraen de éstas su seguridad. (…)

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3. Fernando Savater, Ética a Amador.


 “Voy a contarte un caso dramático. Ya conoces a las termitas, esas hormigas blancas que en África levantan impresionantes hormigueros de varios metros de alto y duros como la piedra. Dado que el cuerpo de las termitas es blando, por carecer de la coraza quilatinosa que protege a los otros insectos, el hormiguero les sirve de caparazón colectivo contra ciertas hormigas enemigas, mejor armadas que ellas. Pero a veces uno de esos hormigueros se derrumba, por culpa de una riada o de un elefante (a los elefantes les gusta rascarse los flancos contra los termiteros, qué le vamos a hacer). En seguida, las termitas-obrero se ponen a trabajar para reconstruir su dañada fortaleza, a toda prisa. Y las grandes hormigas enemigas se lanzan al asalto. Las termitas-soldado salen a defender a su tribu e intentan detener a las enemigas. Como ni por el tamaño ni por armamento pueden competir con ellas, se cuelgan de los asaltantes intentando frenar todo lo posible su marcha, mientras las feroces mandíbulas de sus asaltantes las van despedazando. Las obreras trabajan con toda celeridad y se ocupan de cerrar otra vez el termitero derruido… pero lo cierran dejando fuera a las pobres y heroicas termitas-soldado, que sacrifican sus vidas por la seguridad de las demás. ¿No merecen acaso una medalla, por lo menos? ¿No es justo decir que son valientes?
Cambio de escenario, pero no de tema. En la Ilíada, Homero cuenta la historia de Héctor, el mejor guerrero de Troya, que espera a pie firme fuera de las murallas de su ciudad a Aquiles, el enfurecido campeón de los aqueos, aun sabiendo que éste es más fuerte que él  y que probablemente va a matarle. Lo hace por cumplir su deber, que consiste en defender a su familia y a sus conciudadanos del terrible asaltante. Nadie duda de que Héctor es un héroe, un auténtico valiente. Pero ¿es Héctor heroico y valiente del mismo modo que las termita-soldado, cuya gesta millones de veces repetida ningún Homero se ha molestado en cantar? ¿No hace Héctor, a fin de cuentas, lo mismo que cualquiera de las termitas anónimas? ¿Por qué nos parece su valor más auténtico y más difícil que el de los insectos? ¿Cuál es la diferencia entre un caso y el otro?”
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4. Adolfo Sánchez Vázquez.  Etica y moral

 En las relaciones cotidianas de unos individuos con otros surgen constantemente problemas como éstos: ¿Debo cumplir la promesa x que hice ayer a mi amigo Y, a pesar de que hoy me doy cuenta de que su cumplimiento me producirá ciertos perjuicios? Si alguien se acerca a mí sospechosamente en la noche y temo que pueda atacarme, ¿debo disparar sobre él, aprovechando que nadie puede observarme, para evitar el riesgo de ser atacado? Con referencia a los actos criminales cometidos por los nazis en la Segunda Guerra Mundial, ¿los soldados que, cumpliendo órdenes militares, los llevaron a cabo, pueden ser condenados moralmente? ................. ¿Podemos considerar que es bueno el hombre que se muestra caritativo con el mendigo que toca a su puerta, y que durante el día -como patrón- explota implacablemente a los obreros y empleados de su empresa? Si un individuo trata de hacer el bien, y las consecuencias de sus actos son negativas para aquellos a los que se proponía favorecer, ya que les causa más daño que beneficio, ¿debemos considerar que ha obrado correctamente, desde un punto de vista moral, cualesquiera que hayan sido los resultados de su acción?
En todos estos casos se trata de problemas prácticos, es decir, problemas que se plantean en las relaciones efectivas, relaciones de unos individuos con otros, o al juzgar ciertas decisiones y acciones de ellos. Se trata, a su vez, de problemas cuya solución no sólo afecta al sujeto que se los plantea, sino también a otra u otras personas que sufrirán las consecuencias de so decisión y de su acción. Las consecuencias pueden afectar a un solo individuo (¿debo decir la verdad o debo mentir a X?); en otros casos, se trata de acciones que afectan a varios de ellos o a grupos sociales (¿debieron cumplir los soldados nazis las órdenes de exterminio de sus superiores?). Finalmente, las consecuencias pueden afectar a una comunidad entera como la nación (¿debo guardar silencio, en nombre de la amistad, ante los pasos de un traidor?).
En situaciones como las que, por vía de ejemplo, acabamos de enumerar, los individuos se enfrentan a la necesidad de ajustar su conducta a normas que se tienen por más adecuadas o dignas de ser cumplidas. Esas normas son aceptadas íntimamente y reconocidas como obligatorias; de acuerdo con ellas, los individuos comprenden que tienen el deber de actuar en una u otra dirección. En estos casos decimos que el hombre se comporta. moralmente, y en este comportamiento suyo se pone de manifiesto una serie de rasgos característicos que lo distinguen de otras formas de conducta humana. Acerca de este comportamiento, que es fruto de una decisión reflexiva, y por tanto no puramente espontáneo o natural, los demás juzgan, conforme también a normas establecidas, y formulan juicios como éstos: “X hizo bien al mentir en aquellas circunstancias”; “Z debió denunciar a su amigo traidor”, etcétera.
Así, pues, tenemos por un lado actos o modos de comportarse los hombres ante ciertos problemas que llamamos morales, y, por el otro, juicios con los que dichos actos son aprobados o desaprobados moralmente. Pero, a su vez, tanto los actos como los juicios morales presuponen ciertas normas, que señalan lo que se debe hacer. Así, por ejemplo, el juicio” Z debió denunciar a su amigo traidor”, presupone la norma “pon los intereses de la patria por encima de la amistad”.
Nos encontramos, pues, en la vida real con problemas prácticos del tipo de los enumerados a los que nadie puede sustraerse. Y, para resolverlos, los individuos recurren a normas, realizan determinados actos, formulan juicios, y en ocasiones, emplean determinados argumentos o razones para justificar la decisión adoptada, o el paso dado.
Todo esto forma parte de un tipo de conducta efectiva, tanto de los individuos como de los grupos sociales, y tanto de hoy como de ayer En efecto, el comportamiento humano práctico
moral, aunque sujeto a cambio de un tiempo a otro y de una a otra sociedad, se remonta a los orígenes mismos del hombre como ser social.
A este comportamiento práctico-moral que se da ya en las formas más primitivas de comunidad, sucede posteriormente -muchos milenios después- la reflexión sobre él. Los hombres no sólo actúan moralmente (es decir, se enfrentan a ciertos problemas en sus relaciones mutuas, toman decisiones y realizan ciertos actos para resolverlos, y a la vez juzgan o valoran de un modo u otro esas decisiones y esos actos), sino que también reflexionan sobre ese comportamiento práctico, y lo hacen objeto de su reflexión o de su pensamiento. Se pasa así del plano de la práctica moral al de la teoría moral; o también, de la moral efectiva, vivida, a la moral reflexiva. Cuando se da este paso, que coincide con los albores del pensamiento filosófico, estamos ya propiamente en la esfera de los problemas teórico-morales, o éticos.
A diferencia de los problemas práctico-morales, los éticos se caracterizan por su generalidad. Si al individuo concreto se le plantea en la vida real una situación dada, el problema de cómo actuar de manera que su acción pueda ser buena, o sea, valiosa moralmente, tendrá que resolverlo por si mismo con ayuda de una norma que él reconoce y acepta íntimamente. Será inútil que recurra a la ética con la esperanza de encontrar en ella lo que debe hacer en cada situación concreta. La ética podrá decirle en general, lo que es una conducta sujeta a normas o en qué consiste aquello - lo bueno- que persigue la conducta moral, dentro de la cual entra la de un individuo concreto, o la de todos. El problema de qué hacer en cada situación concreta es un problema práctico-moral, no teórico-ético. En cambio, definir qué es lo bueno no es un problema moral que corresponda resolver a un individuo con respecto a cada caso particular, sino un problema general de carácter teórico que toca resolver al investigador de la moral, es decir al ético. Así, por ejemplo, Aristóteles se plantea, en la antigüedad griega, el problema teórico de definir lo bueno. Su tarea es investigar el contenido de lo bueno, y no determinar lo que el individuo debe hacer en cada caso concreto para que su acto pueda considerarse bueno. Cierto es que esta investigación teórica no deja de tener consecuencias prácticas, pues al definirse que es lo bueno se está señalando un camino general, en el marco del cual, los hombres pueden orientar su conducta en diversas situaciones particulares. En este sentido, la teoría puede influir en el comportamiento moral-práctico. Pero, ello no obstante, el problema práctico que el individuo tiene que resolver en su vida cotidiana, y el teórico que el investigador ha de resolver sobre la base del material que le brinda la conducta moral efectiva de los hombres, no pueden identificarse. Muchas teorías éticas han girado en torno a la definición de lo bueno, pensando que si sabemos determinar lo que es, podremos entonces saber lo que debe hacerse o no. Las respuestas acerca de qué sea lo bueno varían por supuesto, de una teoría a otra; para unos lo bueno es la felicidad o el placer para otros, lo útil, el poder.
Pero, junto a este problema central, se plantean también otros problemas éticos fundamentales como son los definir la esencia o rasgos esenciales del comportamiento moral, a diferencia a otras formas de conducta humana, como la religión, la política, el derecho, la actividad científica, el arte, el trato social, etcétera. El problema de la esencia del acto moral remite a otro problema importantísimo: el de la responsabilidad. Solo cabe hablar de comportamiento moral, cuando el sujeto que así se comporta es responsable de sus actos, pero esto a su vez entraña el supuesto de que ha podido hacer lo que quería hacer, es decir, de que ha podido elegir entre dos o más alternativas, y actuar de acuerdo con la decisión tomada. El problema de la libertad de la voluntad es, por ello, inseparable del de la responsabilidad. Decidir y obrar en una situación concreta es un problema práctico-moral; pero investigar el modo como se relacionan la responsabilidad moral con la libertad y con el determinismo a que se hallan sujetos nuestros actos, es un problema teórico, cuyo estudio corresponde a la ética. Problemas éticos son también el de la obligatoriedad moral, es decir, el de la naturaleza y fundamentos de la conducta en cuanto conducta debida, así como el de la realización moral, no sólo corno empresa individual, sino también como empresa colectiva.

Los problemas teóricos y los prácticos, en el terreno moral, se diferencian, por tanto, pero no se hallan separados por una muralla insalvable. Las soluciones que se den a los primeros no dejan de influir en el planteamiento y solución de los segundos, es decir, en la práctica moral misma; a su ver, los problemas que plantea la moral práctica, vivida, así como sus soluciones, constituyen la materia de reflexión, el hecho al que tiene que volver constantemente la teoría ética, para que ésta sea no una especulación estéril, sino la teoría de un modo efectivo, real, de comportarse el hombre.
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5. Leonardo Boff: Etica y moral

La “ética” sólo existe en singular, pues pertenece a la naturaleza humana, está presente en cada persona, mientras que la moral  siempre está en plural porque consiste en las distintas formas de expresión cultural e histórica de la ética.
¿Qué es la ética? El análisis etimológico de la palabra “ética” puede servirnos de orientación para conocer su sentido originario.
El término “ética” viene del griego “ethos” .Esta palabra puede escribirse de dos maneras: con eta  (la “e” larga del alfabeto griego) y con épsilon (la “e” breve del mismo alfabeto).
Ethos, con “e” larga, significa la morada, el abrigo permanente tanto de animales (establo), como de seres humanos (casa).
En el ámbito de la totalidad de la madre naturaleza (llamada “physis” filosóficamente y “Gaia” míticamente), el ser humano delimita una parcela y se construye en ella una morada. La morada le hace echar raíces en la realidad, le da seguridad y le permite sentirse bien en el mundo. Esta morada no viene dada de antemano por la naturaleza, sino que ha de ser construida mediante la actividad humana. Ésta es la obra de la cultura. La morada ha de ser cuidada y reformada constantemente; hay que adornarla y mejorarla. Dicho con otras palabras: el ethos no es una realidad acabada, sino que es algo abierto, que siempre  ha de ser hecho, rehecho y cuidado, como suele suceder con la morada humana. Ethos se traduce entonces por “ética”. Es una realidad en el orden de los fines: vivir bien, habitar bien. No tiene que ver con unos fines cualesquiera, sino con los fundamentales (como el vivir bien), con valores imprescindibles (como defender la vida, especialmente del indefenso), con principios que fundan acciones (dar de comer al hambriento),etc.
El centro del ethos (morada) es el bien (Platón), pues solo él permite que alcancemos nuestro fin, que consiste en sentirnos bien en casa. Y nos sentimos bien en casa (disponemos de un ethos, realizamos el fin anhelado) cuando creamos mediaciones adecuadas, como hábitos, estilos de vida, normas y maneras constantes de obrar. Por medio de ellas habitamos humanamente el mundo, que puede ser la casa concreta o nuestro nicho ecológico local, regional, nacional, o nuestra casa mayor, el planeta Tierra.
Para Aristóteles, el centro del ethos (la morada) es la felicidad, no en el sentido subjetivista moderno, sino en sentido objetivo, como situación de autonomía vivida en el nivel personal y social (polis). Podríamos traducir esta felicidad/autonomía como la autorrealización del ciudadano en su dimensión personal y social. Este fin, la autonomía, se alcanza a través de mediaciones como pueden ser los hábitos, las virtudes y las instituciones jurídicas, que son los caminos concretos de la autorrealización personal y societaria.
Estos medios también eran denominados ethos, pero esta vez escrito con “e” breve (la épsilon del alfabeto griego) Designa las costumbres, esto es, el conjunto de valores y de hábitos consagrados por la tradición cultural de un pueblo. Ethos como conjunto de los medios ordenados a un fin (el bien/la autorrealización) se traduce en el espacio cultural latino y moderno por “moral”
Moral (mos, moris en latín) significa, exactamente, las costumbres vigentes, los hábitos consagrados y los valores comunes de una determinada cultura. Como son muchos y propios de cada cultura, estos valores y hábitos fundamentan diversas morales. De aquí se desprende que el ethos/moral va siempre en plural, mientras que el ethos/casa, siempre en singular.
                                                                        (De “Etica planetaria desde el Gran Sur”, pp. 26-27)
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6. Epicuro (341-270 a.C.)

En su concepción ética, Epicuro defiende el hedonismo, y sostiene que el fin de la vida humana es el placer, pero no se trata del placer puramente material, sino que es más bien de índole espiritual y afectivo y, por tanto, tranquilo y duradero. Las numerosas críticas a las que fue sometido el epicureísmo y las grandes deformaciones ideológicas a las que se vio sometido, muestran el inmenso grado de agresividad que provocaron sus ideas, por lo que éstas fueron deformadas hasta la caricatura por parte de sus enemigos, en uno de los más grandes movimientos de falsificación y manipulación intelectual de toda la historia de las ideas. Así, se le acusó de libertino y de vivir como los cerdos, preocupado solamente de los placeres sensuales. Sin embargo, para Epicuro, el auténtico placer sólo se alcanza cuando se consigue la autarquía, el pleno dominio de uno mismo, de los propios deseos y afecciones. Pero, esta autarquía no es entendida por Epicuro como un estado de completa insensibilidad y eliminación de todas las pasiones, como preconizaban los estoicos, sino que es la eliminación de los obstáculos que se oponen a la felicidad: los temores y las preocupaciones, las penas y los dolores (ver cita). El sabio será aquél que conozca las verdaderas necesidades, que deben reducirse a lo indispensable para que no nos inquieten los deseos de poseer más, ya que el verdadero placer no se halla en los bienes materiales, sino en el saber y la amistad. El cuidado de estos bienes, así como la consecución de los placeres, producen la ataraxia, es decir, la serenidad y el equilibrio del ánimo. Los placeres materiales deben saber dosificarse y han de ordenarse en función de los placeres espirituales, que son de mayor valía. Con ello, se eliminan los otros dos obstáculos que impiden la felicidad: la búsqueda desordenada de placeres y el miedo al dolor.

 Epicuro: carta a Meneceo
Cuando se es joven, no hay que vacilar en filosofar, y cuando se es viejo, no hay que cansarse de filosofar. Porque nadie es demasiado joven o demasiado viejo para cuidar su alma. Aquel que dice que la hora de filosofar aún no ha llegado, o que ha pasado ya, se parece al que dijese que no ha llegado aún el momento de ser feliz, o que ya ha pasado. Así pues, es necesario filosofar cuando se es joven y cuando se es viejo: en el segundo caso para rejuvenecerse con el recuerdo de los bienes pasados, y en el primer caso para ser, aún siendo joven, tan intrépido como un viejo ante el porvenir. Por tanto hay que estudiar los medios de alcanzar la felicidad, porque, cuando la tenemos, lo tenemos todo, y cuando no la tenemos lo hacemos todo para conseguirla.
Por consiguiente, medita y practica las enseñanzas que constantemente te he dado, pensando que son los principios de una vida bella.
En primer lugar, debes saber que Dios es un ser viviente inmortal y bienaventurado, como indica la noción común de la divinidad, y no le atribuyas nunca ningún carácter opuesto a su inmortalidad y a su bienaventuranza. Al contrario, cree en todo lo que puede conservarle esta bienaventuranza y esta inmortalidad. Porque los dioses existen, tenemos de ellos un conocimiento evidente; pero no son como cree la mayoría de los hombres. No es impío el que niega los dioses del común de los hombres, sino al contrario, el que aplica a los dioses las opiniones de esa mayoría. Porque las afirmaciones de la mayoría no son anticipaciones, sino conjeturas engañosas. De ahí procede la opinión de que los dioses causan a los malvados los mayores males y a los buenos los más grandes bienes. La multitud, acostumbrada a sus propias virtudes, sólo acepta a los dioses conformes con esta virtud y encuentra extraño todo lo que es distinto de ella.
En segundo lugar, acostúmbrate a pensar que la muerte no es nada para nosotros, puesto que el bien y el mal no existen más que en la sensación, y la muerte es la privación de sensación. Un conocimiento exacto de este hecho, que la muerte no es nada para nosotros, permite gozar de esta vida mortal evitándonos añadirle la idea de una duración eterna y quitándonos el deseo de la inmortalidad. Pues en la vida nada hay temible para el que ha comprendido que no hay nada temible en el hecho de no vivir. Es necio quien dice que teme la muerte, no porque es temible una vez llegada, sino porque es temible el esperarla. Porque si una cosa no nos causa ningún daño en su presencia, es necio entristecerse por esperarla. Así pues, el más espantoso de todos los males, la muerte, no es nada para nosotros porque, mientras vivimos, no existe la muerte, y cuando la muerte existe, nosotros ya no somos. Por tanto la muerte no existe ni para los vivos ni para los muertos porque para los unos no existe, y los otros ya no son. La mayoría de los hombres, unas veces teme la muerte como el peor de los males, y otras veces la desea como el término de los males de la vida. [El sabio, por el contrario, ni desea] ni teme la muerte, ya que la vida no le es una carga, y tampoco cree que sea un mal el no existir. Igual que no es la abundancia de los alimentos, sino su calidad lo que nos place, tampoco es la duración de la vida la que nos agrada, sino que sea grata. En cuanto a los que aconsejan al joven vivir bien y al viejo morir bien, son necios, no sólo porque la vida tiene su encanto, incluso para el viejo, sino porque el cuidado de vivir bien y el cuidado de morir bien son lo mismo. Y mucho más necio es aún aquel que pretende que lo mejor es no nacer, «y cuando se ha nacido, franquear lo antes posible las puertas del Hades». Porque, si habla con convicción, ¿por qué él no sale de la vida? Le sería fácil si está decidido a ello. Pero si lo dice en broma, se muestra frívolo en una cuestión que no lo es. Así pues, conviene recordar que el futuro ni está enteramente en nuestras manos, ni completamente fuera de nuestro alcance, de suerte que no debemos ni esperarlo como si tuviese que llegar con seguridad, ni desesperar como si no tuviese que llegar con certeza.
En tercer lugar, hay que comprender que entre los deseos, unos son naturales y los otros vanos, y que entre los deseos naturales, unos son necesarios y los otros sólo naturales. Por último, entre los deseos necesarios, unos son necesarios para la felicidad, otros para la tranquilidad del cuerpo, y los otros para la vida misma. Una teoría verídica de los deseos refiere toda preferencia y toda aversión a la salud del cuerpo y a la ataraxia [del alma], ya que en ello está la perfección de la vida feliz, y todas nuestras acciones tienen como fin evitar a la vez el sufrimiento y la inquietud. Y una vez lo hemos conseguido, se dispersan todas las tormentas del alma, porque el ser vivo ya no tiene que dirigirse hacia algo que no tiene, ni buscar otra cosa que pueda completar la felicidad del alma y del cuerpo. Ya que buscamos el placer solamente cuando su ausencia nos causa un sufrimiento. Cuando no sufrimos no tenemos ya necesidad del placer.
Por ello decimos que el placer es el principio y el fin de la vida feliz. Lo hemos reconocido como el primero de los bienes y conforme a nuestra naturaleza, él es el que nos hace preferir o rechazar las cosas, y a él tendemos tomando la sensibilidad como criterio del bien. Y puesto que el placer es el primer bien natural, se sigue de ello que no buscamos cualquier placer, sino que en ciertos casos despreciamos muchos placeres cuando tienen como consecuencia un dolor mayor. Por otra parte, hay muchos sufrimientos que consideramos preferibles a los placeres, cuando nos producen un placer mayor después de haberlos soportado durante largo tiempo. Por consiguiente, todo placer, por su misma naturaleza, es un bien, pero todo placer no es deseable. Igualmente todo dolor es un mal, pero no debemos huir necesariamente de todo dolor. Y por tanto, todas las cosas deben ser apreciadas por una prudente consideración de las ventajas y molestias que proporcionan. En efecto, en algunos casos tratamos el bien como un mal, y en otros el mal como un bien.
A nuestro entender la autarquía es un gran bien. No es que debamos siempre contentarnos con poco, sino que, cuando nos falta la abundancia, debemos poder contentarnos con poco, estando persuadidos de que gozan más de la riqueza los que tienen menos necesidad de ella, y que todo lo que es natural se obtiene fácilmente, mientras que lo que no lo es se obtiene difícilmente. Los alimentos más sencillos producen tanto placer como la mesa más suntuosa, cuando está ausente el sufrimiento que causa la necesidad; y el pan y el agua proporcionan el más vivo placer cuando se toman después de una larga privación. El habituarse a una vida sencilla y modesta es pues un buen modo de cuidar la salud y además hace al hombre animoso para realizar las tareas que debe desempeñar necesariamente en la vida. Le permite también gozar mejor de una vida opulenta cuando la ocasión se presente, y lo fortalece contra los reveses de la fortuna. Por consiguiente, cuando decimos que el placer es el soberano bien, no hablamos de los placeres de los pervertidos, ni de los placeres sensuales, como pretenden algunos ignorantes que nos atacan y desfiguran nuestro pensamiento. Hablamos de la ausencia de sufrimiento para el cuerpo y de la ausencia de inquietud para el alma. Porque no son ni las borracheras, ni los banquetes continuos, ni el goce de los jóvenes o de las mujeres, ni los pescados y las carnes con que se colman las mesas suntuosas, los que proporcionan una vida feliz, sino la razón, buscando sin cesar los motivos legítimos de elección o de aversión, y apartando las opiniones que pueden aportar al alma la mayor inquietud.
Por tanto, el principio de todo esto, y a la vez el mayor bien, es la sabiduría. Debemos considerarla superior a la misma filosofía, porque es la fuente de todas las virtudes y nos enseña que no puede llegarse a la vida feliz sin la sabiduría, la honestidad y la justicia, y que la sabiduría, la honestidad y la justicia no pueden obtenerse sin el placer. En efecto, las virtudes están unidas a la vida feliz, que a su vez es inseparable de las virtudes.
¿Existe alguien al que puedas poner por encima del sabio? El sabio tiene opiniones piadosas sobre los dioses, no teme nunca la muerte, comprende cuál es el fin de la naturaleza, sabe que es fácil alcanzar y poseer el supremo bien, y que el mal extremo tiene una duración o una gravedad limitadas.
En cuanto al destino, que algunos miran como un déspota, el sabio se ríe de él. Valdría más, en efecto, aceptar los relatos mitológicos sobre los dioses que hacerse esclavo de la fatalidad de los físicos: porque el mito deja la esperanza de que honrando a los dioses los haremos propicios mientras que la fatalidad es inexorable. En cuanto al azar (fortuna, suerte), el sabio no cree, como la mayoría, que sea un dios, porque un dios no puede obrar de un modo desordenado, ni como una causa inconstante. No cree que el azar distribuya a los hombres el bien y el mal, en lo referente a la vida feliz, sino que sabe que él aporta los principios de los grandes bienes o de los grandes males. Considera que vale más mala suerte razonando bien, que buena suerte razonando mal. Y lo mejor en las acciones es que la suerte dé el éxito a lo que ha sido bien calculado.
Por consiguiente, medita estas cosas y las que son del mismo género, medítalas día y noche, tú solo y con un amigo semejante a ti. Así nunca sentirás inquietud ni en tus sueños, ni en tus vigilias, y vivirás entre los hombres como un dios. Porque el hombre que vive en medio de los bienes inmortales ya no tiene nada que se parezca a un mortal.
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7. Nietzsche 1844-1900

 “Tres transformaciones del espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en león, y el león, por fin en niño […] ¿Qué es pesado? así pregunta el espíritu paciente, y se arrodilla, igual que el camello, y quiere que se le cargue bien […] ¿Acaso no es: humillarse para hacer daño a la propia soberbia? ¿Hacer brillar la propia tontería para burlarse de la propia sabiduría? […] Con todas estas cosas, las más pesadas de todas, carga el espíritu paciente: semejante al camello que corre al desierto con su carga, así corre él a su desierto. Pero en lo más solitario del desierto tiene lugar la segunda transformación: en león se transforma aquí el espíritu, quiere conquistar su libertad como se conquista una presa, y ser señor en su propio desierto. Aquí busca a su último señor: quiere convertirse en enemigo de él y de su último dios, con el gran dragón quiere pelear para conseguir la victoria. ¿Quién es el gran dragón, al que el espíritu no quiere seguir llamando señor ni dios? “Tú debes”, se llama el gran dragón. Pero el espíritu del león dice “yo quiero” […] Crear valores nuevos -tampoco el león es aún capaz de hacerlo: mas crearse libertad para un nuevo crear- eso sí es capaz de hacerlo el poder del león. Crearse libertad y un no santo incluso frente al deber: para ello, hermanos míos, es preciso el león […] Pero decidme, hermanos míos, ¿qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacerlo? ¿Por qué el león rapaz tiene que convertirse todavía en niño? Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí […] Tres transformaciones del espíritu os he mencionado: cómo el espíritu se convirtió en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en niño”                                                           NIETZSCHE, Así habló Zarathustra.



El tema del texto son las tres transformaciones que Nietzsche cree necesarias para superar al hombre occidental venido a menos por la educación platónico-cristiana y devolverle su original creatividad inocente, la que es propia de un niño y del superhombre.
En cuanto al momento histórico, habría que señalar que la vida de Nietzsche abarca la segunda mitad del siglo XIX, un período muy convulso y agitado en el que se entrecruzan diversos movimientos de transformación políticos, sociales y económicos: la segunda industrialización, el crecimiento del capitalismo, un gran progreso científico, así como enfrentamientos entre tendencias opuestas como el liberalismo, el tradicionalismo, el socialismo, el anarquismo..., enfrentamientos que darán lugar a luchas nacionales, guerras territoriales y revoluciones sociales. Se trata, en definitiva, de una época en la que los viejos ideales de la Ilustración empiezan a derrumbarse, siendo Nietzsche uno de sus mayores críticos.
Las ideas del texto son las siguientes:
La primera transformación es simbolizada por el comportamiento dócil y abnegado del camello, que busca humillarse y negarse a sí mismo. Necesita un dueño que le dicte su deber.
La segunda se simboliza por un león, que lucha por expresar libremente su voluntad. Pero ese león aún no ha recuperado la capacidad de crear valores, sólo sabe destruir.
La tercera es el niño, que nace con una creatividad inocente, autónoma, una aceptación de la vida y del mundo que debe recuperar el hombre que la haya perdido. El camino del superhombre, por tanto, consiste en volver a ser como niños, en desaprender todas las actitudes con las que cargamos.

Nietzsche describe aquí estas tres transformaciones del espíritu humano porque cree que son las que necesita el hombre occidental, el cual lleva encima la pesada carga de la tradición cristiana y platónica. En la primera figura del espíritu, el camello, queda simbolizado el creyente que se humilla ante otro más grande que él, sea Dios o la Verdad racional; y que hace de la negación de sí mismo una virtud. Es preciso señalar que el Cristianismo (o cualquier religión) y el platonismo Nietzsche 1844-1900
son para Nietzsche similares, porque inculcan ambos esta primera figura del espíritu: le señalan al ser humano que lo valioso está fuera de sí, y que lo que él lleva dentro no merece la pena. Debe agacharse, obedecer a esa otra instancia superior, y desconocerse a sí mismo para trascenderse. Ya sea en el lenguaje creyente o en el más sofisticado de los racionalistas, ambas tradiciones han logrado taponar el torrente de fuerza creadora (voluntad de poder) que toda persona es desde su infancia, y que era la cultura occidental en su fase clásica, griega o romana.
La segunda fase, el león, es el necesario momento rebelde que destruye toda pesada carga y se rebela contra sus amos, pero se pierde porque no sabe aún construir valores que le guíen. Es un momento necesario, pero insuficiente.
El niño es la figura del superhombre: inocente, desconocedor de la culpa y del pecado, activo jugador que explora el mundo y sus propias facultades sin ningún temor, asombrado de lo que encuentra y acepta con amor (“un santo decir sí”). Como un artista libre, mira al mundo desde la óptica del juego, no admite ninguna regla que no venga de sí mismo. También es olvido, porque el rencor es para Nietzsche algo característico del creyente, que destila todo su odio en un castigo eterno, el infierno, deseado por él a quienes aman esta vida sin pensar en otra, bajo el brazo ejecutor de un Dios omnipotente que es trasunto de su impotencia. Lejos de estas actitudes, el niño y el superhombre no tienen tiempo para el rencor, no pueden siquiera pararse a perdonar las ofensas, porque olvidan rápidamente lo que no merece la pena. Los gusanos del rencor no anidan en el cuerpo vivo del niño, sino en el muerto de quien está presa de la manía de los trasmundos.
¿Cómo hemos degenerado tanto, si en nuestro origen somos seres tan supremos? Para Nietzsche ha triunfado desde hace siglos en la cultura occidental la rebelión de los esclavos, que consiste en transvalorar los valores propios del superhombre (el riesgo, la superación, el amor a la vida, la voluntad de poder, el amor propio) señalándolos como algo negativo, ya sea pecados o errores. Tras siglos de enseñanza cristiano-racionalista, el europeo occidental tiene miedo de sí mismo, desprecia este valle de lágrimas y busca cargas que llevar con humillación y obediencia. Esto es lo que nuestro autor quiere romper con su mensaje del superhombre. Quien asuma la muerte de Dios anunciada por Zarathustra, es decir, la vaciedad de ese concepto, podrá superar el nihilismo en que sume al hombre la tradición occidental y mirar de frente este único mundo que tenemos, hasta el punto de poder soportar y desear su eterno retorno.
En suma, podemos decir que el mensaje de Nietzsche es una exhortación a la autosuperación y a salir del rebaño, a buscarse a sí mismo y a vivir la vida con autenticidad, desde uno mismo. Esa es la actitud del superhombre, que no quiere confundirse con la plebe, sino que quiere buscar su propio camino. Un mensaje muy actual en nuestra sociedad de masas, en la que quizá sería la primera transformación del espíritu el consumidor en que se ha convertido el hombre occidental.
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8. Sigmund Freud:  las tres humillaciones del narcisismo humano.


El narcisismo general, el amor propio de la Humanidad, ha sufrido hasta ahora tres graves ofensas por parte de la investigación científica:

a) El hombre creía al principio, en la época inicial de su investigación, que la Tierra, su sede, se encontraba en reposo en el centro del Universo, en tanto que el Sol, la Luna y los planetas giraban circularmente en derredor de ella. Seguía así ingenuamente la impresión de sus percepciones sensoriales, pues no advertía - ni advierte - movimiento alguno de la Tierra. Dondequiera que su vista puede extenderse libremente, se encuentra siempre en el centro de un círculo, que encierra el mundo exterior. La situación central de la Tierra le era garantía de su función predominante en el universo y le parecía muy de acuerdo con su tendencia a sentirse dueño y señor del Mundo.

La destrucción de esta ilusión narcisista se enlaza, para nosotros, al nombre y a los trabajos de Nicolás Copérnico, en el siglo XVI. Mucho antes que él, ya los pitagóricos habían puesto en duda la situación preferente de la Tierra, y Aristarco de Samos había afirmado, en el siglo III a. de C., que la Tierra era mucho más pequeña que el Sol, y se movía en derredor del mismo. Así, pues, también el gran descubrimiento de Copérnico había sido hecho antes de él. Pero cuando fue ya generalmente reconocido, el amor propio humano sufrió su primera ofensa: la ofensa cosmológica.

b) En el curso de su evolución cultural, el hombre se consideró como soberano de todos los seres que poblaban la Tierra. Y no contento con tal soberanía, comenzó a abrir un abismo entre él y ellos. Les negó la razón y se atribuyó un alma inmortal y un origen divino, que le permitió romper todo lazo de comunidad con el mundo animal. Es singular que esta exaltación permanezca aún ajena al niño pequeño, como al hombre primitivo. Es el resultado de una presuntuosa evolución posterior. En cambio,- y como ejemplo-, en el estadio del totemismo, el hombre no encuentra depresivo hacer descender su estirpe de una estirpe animal. El mito, que integra los residuos de aquella antigua manera de pensar, hace adoptar a los dioses figura de animales y el arte primitivo crea dioses con cabeza de animal; acepta sin asombro que los animales de las fábulas piensen y hablen ( ... ).

Todos sabemos que las investigaciones de Darwin y Wallace y las de sus precursores y colaboradores pusieron fin, hace poco más de medio siglo, a esta exaltación del hombre. El ser humano no es nada distinto del animal ni algo mejor que él; procede de la escala zoológica y está próximamente emparentado con unas especies y, más lejanamente, a otras. Sus adquisiciones posteriores no han logrado borrar los testimonios de su equiparación, dados tanto en su constitución física como en sus disposiciones anímicas. Esta es la segunda ofensa – la ofensa biológica – inferida al narcisismo humano.

c) Pero la ofensa más sensible es la tercera, de naturaleza psicológica.

El hombre, aunque exteriormente humillado, se siente soberano en su propia alma. En algún lugar del nódulo de su yo se ha creado un órgano inspector, que vigila sus impulsos y sus actos, inhibiéndose o retrayéndose implacablemente cuando ellos no coinciden con sus aspiraciones. Su percepción interna ( lo que se llama su conciencia ), da cuenta al yo de todos los sucesos de importancia que se desarrollan en la psiquis, ( ... ).
El yo se siente seguro, tanto de la amplitud y fidelidad de las noticias como de la transmisión de sus mandatos.

En ciertas enfermedades y, desde luego, en las neurosis, que nosotros hemos estudiado, sucede otra cosa. En ellas, el yo se siente a disgusto, pues tropieza con limitaciones de su poder dentro de su propia casa, dentro del alma misma. Surgen de pronto pensamientos que no se sabe de dónde vienen sin que tampoco sea posible rechazarlos. Tales huéspedes indeseables parecen incluso ser más poderosos que los sometidos al yo ; resisten a todos los medios coercitivos de la voluntad y permanecen inmutables ante la contradicción lógica y ante el testimonio contrario de la realidad. O surgen impulsos, que son como los de un extraño, de suerte que el yo los niega, pero no obstante ha de temerlos y tomar medidas precautorias contra ellos. ( ... ).

El psicoanálisis procura esclarecer estos inquietantes casos ( ... ) y puede, por fin, decir al yo: No se ha introducido en ti nada extraño; una parte de tu propia vida psíquica se ha sustraído a tu conocimiento y a la soberanía de tu voluntad. ( ... ).
Confías en que todo lo que sucede en tu alma llega a tu conocimiento, llegas, incluso, a identificar lo “psíquico” con lo “consciente”, esto es, con lo que te es conocido, a pesar de la evidencia de que a tu vida psíquica tiene que suceder de contínuo mucho más de lo que llega a ser conocido a tu conciencia. Dejate instruir sobre este punto:
Lo psíquico en ti no coincide con lo que te es consciente; una cosa es que algo suceda en tu alma y otra, que tú llegues a tener conocimiento de ello. Así que no debes tener la ilusión de que obtienes noticia de todo lo importante. Te conduces como un rey absoluto que se contenta con la información que le procuran sus altos dignatarios de la corte y no desciende jamás hasta el pueblo para oír tu voz.

Así quiso aconsejar el psicoanálisis aleccionar al yo.  Pero sus dos tesis, la de que la vida instintiva de la sexualidad no puede ser totalmente domada en nosotros y la de que los procesos psíquicos son en sí inconscientes, y sólo mediante una percepción incompleta y poco fiel llegan a ser accesibles al yo y sometidos por él, equivalen a la afirmación de que el yo no es dueño y señor en su propia casa. Y representan el tercer agravio inferido a nuestro amor propio: un agravio psicológico.

De “Una dificultad del psicoanálisis  ( 1917 ). En Obras completas. Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, vol. II )
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9. Freud, Marx y Nietzsche

Estos tres pensadores colocan en entredicho el papel central desempeñado por la razón según las concepciones modernas. Aunque ninguno de ellos es contemporáneo por su biografía ( dos de ellos vivieron en el siglo XIX y el otro falleció en 1939 ) sus tesis centrales siguen siendo completamente vigentes.
Los tres, entonces, cuestionan que la definición del ser humano pase por considerarlo un “animal racional”.

Freud, Sigmund.- ( 1856-1939 ) coloca a los procesos inconscientes en un lugar decisivo de la psiquis individual, desplazando a la razón del sitial preferencial que tenía hasta ese momento. (La obra fundamental de Freud, “La interpretación de los sueños” es de 1900 ) Antes de Freud, la concepción mas aceptada acerca del ser humano y más específicamente, la de su estructura psicológica, era la de establecer la siguiente ecuación ( yo = razón = conciencia ) que se constituía en el pivote capital de la antropología.
Esta concepción es la que es puesta en cuestión desde los trabajos de Freud, sobre todo desde que a partir del psicoanálisis se borran las fronteras entre la razón - entendida como normalidad – y la sinrazón, la locura.

Marx, Karl.- ( 1818-1883 ) descubre que en las concepciones que los hombres y las sociedades se hacen de sí mismos y de los otros hombres y sociedades, existen fuertes condicionantes económicos, tan fuertes que no solo distorsionan tales concepciones sino que las hacen dependientes de dichos procesos económicos. Esos fenómenos pasan inadvertidos frecuentemente para los actores de los mismos por lo que se deben admitir aquí ( igual que sucede en la teoría psicoanalítica )la existencia de procesos inconscientes.

Las concepciones de una sociedad son históricas. Pertenecen de lleno a su marco histórico-cultural. Es más, emergen del mismo. Poseen, entonces, el sello indeleble de las condiciones materiales de vida de la sociedad de la cual emergen y son, además, propias de las clases sociales de esa formación social.
Esto es estudiado por Marx en lo que se llama el nivel ideológico de una formación social.

Nietzsche, Friedrich.- ( 1844-1900 ) reflexiona a lo largo de toda su obra sobre la transformación radical que debe procesarse en todo el pensamiento occidental.
De entre toda su compelja producción, vamos a trabajar con algunos pasajes en los cuales Nietzsche persigue el origen de los valores al mismo tiempo que el valor que tienen esos orígenes, mostrando, con mucha penetración, la verdadera inversión ocurrida en la filosofía – especialmente en la ética – con conceptos tales como bueno, malo, malvado, culpa y mala conciencia.


Freud coloca a los procesos inconscientes en un lugar decisivo de la psiquis individual, en un sitio que podemos catalogar de neurálgico, trastocando la concepción aceptada hasta ese momento (comienzos del siglo XX. Sintomáticamente, su obra más importante, La interpretación de los sueños, es publicada en 1900). Esa concepción aceptada por la modernidad es de cuño cartesiano y hace de la ecuación yo =razón = conciencia el pivote de la antropología. Esta concepción es la que es definitivamente puesta en entredicho a partir de los análisis freudianos, desde que se borran los límites – tan “ciertos” hasta ese momento – entre razón y locura.
Los psicoanalistas y filósofos posteriores a Freud influídos por su pensamiento, acentúan el carácter colectivo de los procesos inconcientes (Carl Jung, Erich Fromm, Karen Horney, Herbert Marcuse, . . . ).


Marx descubre que en las concepciones que las sociedades se hacen de sí mismas y de las otras sociedades, existen muy fuertes condicionantes económicas que distorsionan las ideas, opiniones, valores, modos de comportamiento y rituales que hacen el corpus de dichas concepciones. Dichas concepciones son históricas – pertenecen de lleno a cada una de las sociedades que van dandose en el devenir histórico – y, además, emergen de la sociedad dada.

Poseen el sello indeleble de las condiciones materiales de vida de la sociedad de la cual emergen y son, además, propias de determinada clase social, por lo cual su intención de hacerse generales y mostrar la verdad para toda la sociedad es falsa. Cuando Marx llama “ideológicas” a tales ideas, está indicando su carácter falso, parcial, de clase.

Nietzsche reflexiona a lo largo de toda su obra ( desde su inicial El nacimiento de la tragedia hasta La voluntad de poder,publicado póstumamente) sobre la transvaloración que el filósofo debe procesar en la moral, y, más en general, en la propia filosofía.
De entre su compleja producción, vamos a apropiarnos de algunos pasajes de La genealogía de la moral, en donde Nietzsche persigue el origen de los valores al mismo tiempo que el valor que tienen esos orígenes, mostrando, con mucho detalle y penetración, la verdadera inversión ocurrida en occidente con conceptos tales como bueno, malo, malvado,culpa, mala conciencia y como, tras ellos, está escondido el resentimiento.

Procesos inconscientes, nivel ideológico y transvaloración son decisivos en la actual concepción filosófica sobre el hombre. Practicamente no existe pensador que se precie que no haya recibido, de una u otra manera, influencias de estos tres filósofos.

 Procesos inconscientes, nivel ideológico y transvaloración son conceptos decisivos para la comprensión contemporánea del ser humano en términos filosóficos.  
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10. E. Fromm: La condición humana.


El hombre, por lo que respecta a su cuerpo y a sus funciones fisiológicas, pertenece al reino animal. I.a conducta del animal está determinada por instintos, por tipos específicos de acción que a su vez están determinados por estructuras neurológicas hereditarias. Cuanto más elevado es el lugar que un animal ocupa en la escala de desarrollo, encontramos en él, en el momento de nacer, una mayor flexibilidad de los tipos de acción y una menor adaptación estructural. En los primates superiores hasta encontramos un grado considerable de inteligencia, es decir, el empleo de ideas para la realización de los objetivos deseados, lo cual permite al animal ir más allá de los tipos de acción prescritos por los instintos. Pero, por grande que sea el desarrollo dentro del reino animal, algunos elementos básicos de existencia siguen siendo los mismos.
El animal "es vivido" mediante leyes biológicas naturales: forma parte de la naturaleza, y nunca la trasciende. No tiene conciencia de carácter moral, ni de sí mismo ni de su existencia; no tiene razón, si entendemos por razón la capacidad de penetrar la superficie percibida por los sentidos v comprender la esencia que está tras aquella superficie-, por lo tanto, el animal no tiene idea de la verdad, aunque puede tener alguna de lo útil.
La existencia animal es una existencia armónica entre el animal y la naturaleza; no, desde luego, en el sentido de que las circunstancias naturales no amenacen con frecuencia al animal y le obliguen a sostener una ruda lucha para subsistir, sino en el sentido de que el animal está equipado por la naturaleza para hacer frente a las mismas circunstancias que va a encontrar, así como la semilla de una planta está equipada j>or la naturaleza para utilizar
las condiciones de suelo, clima, etc., a las que ha llegado a adaptarse en el proceso de la evolución.
En cierto momento de la evolución animal ocurrió un acontecimiento singular, comparable a la primera aparición de la materia, a la primera aparición de la vida y a la primera aparición de la existencia animal. Ese nuevo acontecimiento ocurrió cuando, en el proceso de la evolución, la acción dejó de ser esencialmente
determinada por el  instinto; cuando la adaptación a la naturaleza perdió su carácter coercitivo; cuando la acción dejó de estar esencialmente determinada por mecanismos trasmitidos hereditariamente. Cuando el animal trasciende a la naturaleza, cuando trasciende al papel puramente pasivo de la criatura, cuando se convierte, biológicamente hablando, en el animal más desvalido, nace el hombre. En ese momento, el animal se ha emancipado de la naturaleza mediante la posición erecta y vertical, y el cerebro ha crecido mucho más que en los animales superiores. Este nacimiento del hombre puede haber durado centenares de miles de años, pero lo que importa es que surgió una especie nueva que trasciende a la naturaleza, que la vida adquirió conciencia
de sí misma.
La autoconciencia, la razón y la imaginación rompieron la "armonía" que caracteriza a la existencia animal. Su aparición convirtió al hombre en una anomalía, en un capricho del universo. El hombre forma parte de la naturaleza, está sujeto a sus leyes físicas y no puede modificarlas, pero trasciende a todo el resto de la naturaleza. Aunque forma parte de ella, está situado aparte; no tiene casa, pero está encadenado al medio que comparte con todas las criaturas. Lanzado a este mundo, en un lugar y un tiempo accidentales, se ve impulsado a salir de él, también accidentalmente. Como tiene conciencia de sí mismo, se da cuenta de su importancia y de las limitaciones de su existencia. Prevé su propio fin: la muerte. Nunca se ve libre de la dicotomía de su existencia: no puede librarse de su alma, aunque quiera; no puede librarse de su cuerpo mientras vive, y éste lo impulsa a querer vivir. La razón, bendición del hombre, es también su maldición: le obliga a luchar sempiternamente por resolver una dicotomía insoluble. La existencia humana difiere en este respecto
de la de todos los demás organismos: se halla en un estado de desequilibrio constante e inevitable. La vida del hombre no puede "ser vivida" repitiendo el patrón o modelo de su especie: tiene que vivirla él. El hombre es el único animal que puede aburrirse, que puede sentirse expulsado del paraíso. El hombre es el único animal para quien su propia existencia constituye un problema que tiene que resolver y del cual no puede escapar. No puede regresar al estado prehumano de armonía con la naturaleza; tiene que seguir desarrollando su razón hasta hacerse dueño de la naturaleza y de sí mismo.
Pero el nacimiento del hombre, tanto ontogénica como filogénicamente, es esencialmente un acontecimiento negativo. El hombre carece de la adaptación instintiva a la naturaleza, carece de fuerza física, es, al nacer, el más desvalido de los animales, y necesita protección durante mucho más tiempo que cualquiera de ellos. Aunque ha perdido la unidad con la naturaleza, no se le han dado medios para llevar una existencia nueva al margen de la naturaleza. Su razón es sumamente rudimentaria, no conoce los procesos de la naturaleza, ni dispone de instrumentos que sustituyan a los instintos perdidos; vive dividido en pequeños grupos, sin conocerse a sí mismo ni a los demás; realmente, el mito bíblico del paraíso expresa la situación con perfecta claridad.
El hombre, que vive en el jardín del Edén, en completa armonía con la naturaleza pero sin conciencia de sí mismo, empieza su historia por el primer acto de libertad, desobedeciendo una orden. En aquel mismo momento, adquiere conciencia de sí mismo, de su aislamiento, de su desamparo: es arrojado del paraíso, y le impiden regresar a él dos ángeles con espadas de fuego. La evolución del hombre se basa en el hecho de que ha perdido su patria originaria, la naturaleza, y que no podrá nunca regresar a ella, no podrá nunca volver a ser un animal. No hay más que un camino que pueda seguir: salir por completo de su patria natural, y encontrar una nueva patria, una nueva patria creada por él, haciendo del mundo un mundo humano y haciéndose él mismo verdaderamente humano.
Cuando el hombre nace, tanto en cuanto especie como en cuanto individuo, es desplazado de una situación definida, tan definida como los instintos, a una situación indefinida, incierta y abierta. Sólo hay certidumbre en cuanto al pasado, y en cuanto al futuro por lo que se refiere a la muerte, la cual, en realidad, es la vuelta al pasado, al estado inorgánico de la materia. Así, pues, el problema de la existencia humana es único en
toda la naturaleza: el hombre ha salido de la naturaleza, por decirlo así, y aún está en ella; es en parte divino y en parte animal, en parte infinito y en parte finito. La necesidad de encontrar soluciones siempre nuevas -para las contradicciones de su existencia, de encontrar formas cada vez más elevadas de unidad con la naturaleza, con sus prójimos y consigo mismo, es la fuente de todas las fuerzas psíquicas que mueven al hombre, de todas sus
pasiones, afectos y ansiedades.
El animal está contento si sus necesidades fisiológicas —el hambre, la sed y el apetito sexual— están satisfechas. En la medida en que el hombre es también animal, esas necesidades son en él igualmente imperiosas y deben ser satisfechas. Pero en la medida en que el hombre es humano, la satisfacción de esas necesidades instintivas no basta para hacerle feliz, ni basta siquiera para mantenerle sano. El punto arquimédico del dinamismo específicamente humano está en esa singularidad de la situación humana; el conocimiento de la psique humana tiene que basarse en el análisis de las necesidades del hombre procedentes
de las condiciones de su existencia.
Así, pues, el problema que la especie humana, lo mismo que cada individuo, tienen que resolver es el de su nacimiento. El nacimiento físico, si pensamos en el individuo, no es de ninguna manera un hecho tan decisivo y singular como parece. Evidentemente, es muy importante el paso de la vida intrauterina a la vida extrauterina; pero en muchos respectos el niño después de nacer no es diferente del niño antes de nacer: no percibe las cosas
exteriores, no puede alimentarse por sí mismo, depende por completo de la madre y perecería sin su ayuda. En realidad, continúa el proceso del nacimiento. El niño empieza a reconocer los objetos exteriores, a reaccionar afectivamente, a tomar  las cosas y a coordinar los movimientos, a andar. Pero el nacimiento continúa. El niño aprende a hablar, aprende el uso y función de las cosas, aprende a relacionarse a sí mismo con los demás, a evitar el castigo y a conseguir alabanzas y aprobación. Lentamente la persona en desarrollo va aprendiendo a amar, a utilizar la razón, a ver el mundo objetivamente. Empieza a desarrollar sus facultades, a adquirir el sentido de identidad, a vencer la seducción de los sentidos en beneficio de una vida más íntegra y completa.
El nacimiento, pues, en el sentido convencional de la palabra, no es más que el comienzo del nacimiento en sentido amplio. La vida toda del individuo no es otra cosa que el proceso de darse nacimiento a sí mismo; realmente, hemos nacido plenamente cuando morimos, aunque es destino trágico de la mayor parte
de los individuos morir antes de haber nacido.
Según todo lo que sabemos acerca de la evolución de la especie humana, el nacimiento del hombre debe entenderse en el mismo sentido que el nacimiento del individuo. Cuando el hombre trascendió cierto umbral de adaptación instintiva mínima dejó de ser un animal, pero estaba tan desvalido e impreparado para la existencia humana como lo está el niño individual en el momento de nacer. El nacimiento del hombre empezó con los primeros individuos de la especie Homo sapiens, y la historia humana no es otra cosa que el proceso de ese nacimiento. Le costó al hombre centenares de miles de años dar los primeros pasos por la vida humana; pasó por una fase narcisista de magia omnipotente, por el totemismo y el culto a la naturaleza, hasta que llegó a los comienzos de la formación de la conciencia, a la objetividad, al amor fraternal. En los cuatro mil años últimos
de su historia, ha tenido vislumbres del hombre plenamente nacido y plenamente despierto, vislumbres expresadas de maneras no muy diferentes por los grandes maestros del hombre en Egipto,
China, India, Palestina, Grecia y México.
El hecho de que el nacimiento del hombre sea primordialmente un acontecimiento negativo, el de verse arrancado a la originaria identidad con la naturaleza, y que no pueda regresar al punto de donde viene, implica que el proceso de nacimiento no es de ningún modo un proceso fácil. Cada paso en su nueva existencia humana es temeroso: significa siempre la renuncia a un estado seguro, que era relativamente conocido, por un estado
nuevo y que uno todavía no domina. Indudablemente, si el niño pensara, en el momento de cortar el cordón umbilical sentiría miedo de morir. Un hado benigno nos protege contra este primer pánico. Pero en todo paso nuevo, en toda fase nueva de nuestro nacimiento, volvemos a sentirnos asustados. No nos vemos nunca libres de dos tendencias antagónicas: una a salir del útero, de la forma animal de existencia, para entrar en una
forma de existencia más humana, a pasar de la esclavitud a la libertad; otra, a volver al útero, a la naturaleza, a la certidumbre y la seguridad. En la historia del individuo y de la especie, la tendencia progresiva se ha revelado como la más fuerte, pero los fenómenos de desequilibrio mental y la regresión de la especie humana a posiciones aparentemente abandonadas hace ya generaciones muestran la intensa lucha que acompaña a cada nuevo acto de nacimiento.

 LAS NECESIDADES DEL HOMBRE. CÓMO NACEN DE LAS CONDICIONES DE SU EXISTENCIA
La vida del hombre está determinada por la alternativa inevitable entre retroceso y progreso, entre el regreso de la existencia animal y la llegada a la existencia humana. Todo intento de retroceder es doloroso, y conduce inevitablemente al sufrimiento y a la enfermedad mental, a la muerte fisiológica o a la muerte mental (locura). Cada paso adelante también es doloroso y temible, hasta que se llega a cierto punto en que el miedo y la duda
tienen proporciones menores. Además de las necesidades alimentadas fisiológicamente (hambre, sed, sexo), todas las necesidades esenciales del hombre están determinadas por esa polaridad. El hombre tiene que resolver un problema, pues no puede permanecer siempre en la situación dada de una adaptación pasiva la naturaleza. Ni aun la satisfacción más completa de todas sus necesidades instintivas resuelve su problema humano; sus pasiones y necesidades más intensas no son las enraizadas en su cuerpo, sino las enraizadas en la peculiaridad misma de su existencia. Ahí está también la clave del psicoanálisis humanístico. Freud,
buscando la fuerza básica que motiva las pasiones y los deseos humanos, creyó haberla encontrado en la libido. Pero aunque el impulso sexual y todas sus derivaciones son muy poderosos, no son de ningún modo las fuerzas más poderosas que actúan en el hombre, y su frustración no es causa de perturbaciones mentales.
Las fuerzas más poderosas que motivan la conducta del hombre nacen de las condiciones de su existencia, de la "situación humana".
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11. El HOMBRE Y SUS MUNDOS. Fragmento del  prólogo de Aldous Huxley  al  libro  
La Libertad Primera y Última de Jiddu Krishnamurti.


El hombre es un ser anfibio que vive a un tiempo en dos mundos: el mundo de lo dado y el mundo de lo hecho por él mismo; el mundo de la materia, la vida y la conciencia, y el mundo de los símbolos. En nuestro pensar utilizamos un repertorio de sistemas que son símbolos: el lenguaje, las matemáticas, el arte pictórico, la música, el ritual y lo demás. Sin tal sistema de símbolos no habría arte, ni ciencia, ni filosofía, ni siquiera tendríamos los rudimentos de la civilización: en otras palabras, descenderíamos a la animalidad. Los símbolos son, pues, imprescindibles. Pero, como lo comprueba la historia de todos los tiempos, los símbolos también pueden tener consecuencias fatales. Como ejemplo, tómese de un lado el dominio de la ciencia, y del otro, el de la política y la religión. El pensar en términos de cierta clase de símbolos y el actuar en respuesta a los mismos nos ha permitido comprender, y hasta cierto punto dominar las fuerzas elementales de la naturaleza. En cambio, el pensar en términos de otra clase de símbolos y el actuar en respuesta a ellos nos hace utilizar esas fuerzas como instrumentos para el asesinato en masa y el suicidio colectivo. En el primer caso los símbolos estuvieron bien escogidos, cuidadosamente analizados y progresivamente adaptados a los hechos de la existencia física. En el segundo caso los símbolos originalmente mal escogidos no han sido nunca sometidos a riguroso análisis, ni tampoco se han ido mortificando para ponerlos en armonía con los hechos de la vida humana. Más aun, estos símbolos inadecuados inspiran a todo el mundo tanto respeto como si por arte de magia fueran más reales que las mismas realidades que representan. Así, en los textos de religión y de política, no se piensa que las palabras representan defectuosamente hechos y cosas, sino que, por el contrario. los hechos y las cosas sirven para comprobar la validez de las palabras (….)La lógica y la semántica, la lingüística y la meta-lingüística son disciplinas puramente intelectuales que analizan las diversas formas, correctas e incorrectas, significativas e insignificantes, en que las palabras pueden relacionarse con las cosas, los procesos y los acontecimientos. Pero estas disciplinas no ofrecen orientación alguna respecto del magno problema, más fundamental que cualquier otro, de la relación del hombre, en su totalidad psicofísica, con los dos mundos en que vive: el mundo de los hechos y el mundo de los símbolos. En todas partes y en toda época de la historia este problema ha sido resuelto individualmente por algunos hombres y mujeres. Aunque hablaran y escribieran sobre ello, estos individuos no crearon ningún sistema porque sabían que todo sistema o doctrina envuelve la tentación de exagerar el valor de los símbolos, de dar más importancia a las palabras que a las realidades que ellas representan. Su propósito nunca fue el de ofrecer explicaciones preconcebidas ni panaceas, sino invitar a la gente a hacer el diagnóstico y el tratamiento de sus propios males, lograr que vayan al lugar donde el problema del hombre y su solución se presentan directamente a la experiencia. En este volumen, que contiene selecciones de escritos y alocuciones de Krishnamurti, el lector hallará una clara exposición contemporánea del problema humano fundamental y una incitación a resolverlo en la única forma en que puede resolverse, resolviéndolo cada individuo por sí y para sí mismo. Las soluciones colectivas, en que muchos ponen desesperadamente su fe, son siempre soluciones inadecuadas. "Para comprender la confusión y la desdicha que hay dentro de nosotros, y por lo tanto en el mundo, hemos de comenzar por hallar claridad dentro de nosotros mismos, y esa claridad surge del recto pensar. La claridad interior no puede organizarse, porque no puede recibirse ni darse a otra persona. El pensamiento que se organiza colectivamente es una mera repetición. La claridad no es resultado de la afirmación verbal sino de la comprensión de uno mismo y del recto pensar. A la rectitud del pensamiento no se llega por el mero cultivo del intelecto, ni por la imitación de modelos, aunque estos sean dignos y nobles. La rectitud del pensamiento nace del conocimiento propio. Sin comprenderse uno a sí mismo no hay base para el pensamiento; sin el conocimiento propio, lo que "uno piensa no es verdadero". Este tema básico lo desarrolla Krishnamurti una y otra vez. "Hay esperanza en los hombres, no en la sociedad, no en los sistemas ni en los credos religiosos organizados, sino en vosotros y en mí". Las religiones organizadas, con sus mediadores, sus libros sagrados, sus dogmas, sus jerarquías y sus rituales, sólo ofrecen una falsa solución al problema fundamental. "Cuando citáis la Bhagavad Gita, o la Biblia, o algún libro sagrado chino, ¿qué hacéis, acaso, sino repetir? Y lo que repetís no es la verdad. Es una mentira, porque la verdad no puede repetirse". Una mentira puede ampliarse, exponerse y repetirse, pero no puede hacerse lo mismo con la verdad. Cuando la verdad se repite, deja de ser la verdad; por eso los libros sagrados no tienen importancia. Es a través del conocimiento propio, no a través de la creencia en símbolos originados por otros, como el hombre llega a la realidad, eterna en que está arraigado su ser. La creencia en la perfección y en el valor supremo de cualquier conjunto determinado de símbolos no conduce a la liberación, sino a la historia, a la repetición de los viejos desastres de siempre. "La creencia tiene un inevitable efecto separatista. Si tenéis una creencia, si buscáis seguridad en vuestra particular creencia, os sentís separados de aquellos que buscan seguridad en alguna forma de creencia. Todas las creencias organizadas se basan en la separación aunque prediquen la fraternidad". El individuo que ha resuelto el problema de sus relaciones con los dos mundos de hechos y símbolos, es un individuo sin creencias. Con relación a los problemas de la vida práctica, mantiene hipótesis viables que le sirven para realizar sus propósitos, y a las cuales no concede más importancia que a cualquier otra clase de instrumento. En cuanto se refiere al prójimo y a la realidad en que se afinca su vida, tiene las vivencias directas del amor y la comprensión”….
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12.  FILOSOFÍA POLÍTICA

1.    La filosofía política es una rama de la filosofía que estudia cuestiones fundamentales acerca del gobierno, la política, la libertad, la justicia, la propiedad, los derechos y la aplicación de un código legal por la autoridad; qué hace a un gobierno legítimo, qué derechos y libertades debe proteger y por qué, qué forma ...
2.    La rama de la Filosofía denominada Filosofía Política, es aquella que estudia racional y reflexivamente temas políticos, como el poder, el Estado, el gobierno, el bien común, la autoridad, los derechos, la justicia, las formas de gobierno y las leyes, en cuanto a su origen, esencia, límites, legitimidadnaturaleza, necesidad y alcances. 
3.    La Filosofía Política se ocupa de temas y problemas relacionados con el estudio y el análisis de los fenómenos políticos, desde una perspectiva normativo-prescriptiva; algunos de esos temas son: el origen y las formas de la organización del poder político, el estudio de las instituciones sociales y la consideración de las normas, principios y valores que las justifican. La filosofía política también tiene como tarea la construcción, clasificación y esclarecimiento de los conceptos que componen el universo político; esta tarea la lleva a cabo tanto mediante la construcción de modelos que faciliten la comprensión del mundo político, como a través del estudio de los principales problemas políticos y de las diversas soluciones que se han propuesto a lo largo de la historia del pensamiento político occidental. Entre los problemas más importantes que se han abordado históricamente desde diferentes perspectivas teóricas, podemos mencionar: la naturaleza de la política, el estudio de las diversas formas de gobierno y sus condiciones de legitimidad, las teorías de la justicia, la teoría del contrato social, y diversos problemas relacionados con la igualdad, la libertad, la justicia y la democracia. El campo de conocimiento de filosofía política incluye también el estudio de algunas cuestiones de la filosofía de las ciencias sociales, como la teoría de la decisión y de la acción racional, la teoría de sistemas, la teoría crítica de la sociedad y otras. Asimismo, se ofrecerán cursos y seminarios sobre diversos temas de filosofía del derecho.
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     13. ¿Qué es la Ilustración?        Emanuel Kant. (1724 – 1804)    ( Texto de 1784).

  La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela  de otro. ¡Sapere aude! Esto significa: Ten el valor de servirte de tu propia razón! O, lo que es lo mismo: Atrévete a pensar por ti mismo! He aquí el lema de la ilustración.
La pereza y la cobardía son causa de que una gran parte de los hombres continúe a gusto en su estado de pupilo, a pesar de que hace tiempo la Naturaleza los liberó de ajena tutela; también lo son de que se haga tan fácil para otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo no estar emancipado! Tengo a mi disposición un libro que me presta su inteligencia, un director espiritual que me auxilia espiritualmente, un médico que me prescribe las dietas, etc.,etc., así que no necesito molestarme. Si puedo pagar no me hace falta pensar: ya habrá otros que tomen a su cargo, en mi nombre, tan fastidiosa tarea. Los tutores, que tan bondadosamente se han arrogado este oficio, cuidan muy bien que la gran mayoría de los humanos considere el paso de la emancipación, además de muy difícil, en extremo peligroso
( . . . ).
Es , pues, difícil para cada hombre en particular lograr salir de esa incapacidad, convertida casi en segunda naturaleza. Le ha cobrado afición y se siente realmente incapaz de servirse de su propia razón, porque nunca se le permitió intentar la aventura. Principios y fórmulas, instrumentos mecánicos de un uso, o más bien abuso, racional de sus dotes racionales, hacen las veces de ligaduras que le sujetan a ese estado. Quien se desprendiera de ellas apenas si se atrevería a dar un salto inseguro para salvar una pequeña zanja, pues no está acostumbrado a los movimientos libres. Por esta razón, pocos son los que, con propio esfuerzo de su espíritu, han logrado superar esa incapacidad y proseguir, sin embargo, con paso firme.
( . . . ).
Mediante una revolución acaso se logre derrotar el despotismo personal y acabar con la opresión económica o política, pero nunca se consigue la verdadera reforma de la manera de pensar, sino que, nuevos prejuicios, en lugar de los antiguos, servirán de riendas para conducir al gran tropel.

Para esta ilustración no se requiere más que una cosa: libertad; y la más inocente entre todas las que llevan ese nombre, a saber: libertad de hacer uso público de su razón íntegramente.
Pero oigo exclamar por todas partes: ¡Nada de razones! El oficial dice ¡no razones y haz la instrucción! El funcionario de Hacienda: ¡nada de razones, a pagar! El sacerdote: ¡no razones y cree! El monarca puede decir: razonen todo lo que quieran sobre lo que quieran, pero obedezcan!
Aquí nos encontramos por doquier con una limitación de la libertad. Pero ¿qué limitación es obstáculo a la ilustración? ¿Y cuál, por el contrario, estímulo?
Contesto: el uso público de su razón le debe estar permitido a todo el mundo y esto es lo único que puede traer ilustración a los humanos: su uso privado se podrá limitar a menudo ceñidamente, sin que por ello se retrase en gran medida la marcha de la ilustración. Entiendo por uso público aquel que, en calidad de maestro, se puede hacer de la propia razón ante el gran público del mundo de lectores. Por uso privado entiendo el que ese mismo personaje puede hacer en calidad de funcionario.           
( . . . ).
Un ejemplo puede ser que el ciudadano no se puede negar a contribuir con los impuestos que le corresponden; y hasta una crítica indiscreta de esos impuestos, cuando tiene que pagarlos, puede ser castigada por escandalosa (pues podría provocar la resistencia general). Pero ese mismo ciudadano actúa sin perjuicio de su deber de ciudadano si, en calidad de experto, expresa públicamente su pensamiento sobre la inadecuación o injusticia de los impuestos. Nada hay en esto que pueda pesar sobre su conciencia. El ciudadano, como fiel pagador de los impuestos, está haciendo un uso privado de su libertad. Pero en calidad de conocedor experto del rubro impositivo, si se dedica a explicarlo y hasta a criticarlo, ahí aparece como haciendo un uso público de su libertad.
( . . . ).

Una generación humana no puede obligarse y juramentarse a colocar a la siguiente en una situación tal que le sea imposible ampliar sus conocimientos, depurarlos del error y avanzar en su ilustración. Constituiría esto un crimen contra la naturaleza humana, cuyo destino primordial radica precisamente en este progreso.
( . . . ).
Si ahora nos preguntamos: ¿es que vivimos en una época ilustrada? La respuesta será: no, pero sí en una época de ilustración. Falta todavía mucho para que, tal como están las cosas y considerados los hombres en conjunto, se hallen en situación de asumir todo el provecho de su propia razón.
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 14. M. Foucault. Sobre el poder.

“( . . . ) La palabra “poder” amenaza introducir varios malentendidos. Malentendidos acerca de su identidad, su forma, su unidad. Por “poder” no quiero decir “El Poder”, como conjunto de instituciones y aparatos que garantizan la sujeción de los ciudadanos en un estado determinado. Tampoco indico un modo de sujeción que, por oposición a la violencia, tendría la forma de la regla ( de la norma, agrego yo ). Finalmente, no entiendo por poder un sistema general de dominación ejercida por un elemento o un grupo sobre otro,y cuyos efectos, merced a sucesivas derivaciones, atravesarían el cuerpo social entero.
El análisis en términos de poder no debe postular, como datos iniciales, la soberanía del Estado, la forma de la ley o la unidad global de una dominación; estas son más bien formas terminales.

Me parece que por poder hay que comprender, primero, la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organización; el juego que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las transforma, las refuerza, las invierte; los apoyos que dichas relaciones de fuerza encuentran las unas en las otras, de modo que formen cadena o sistema, o, al contrario, los corrimientos, las contradicciones que aislan a unas de otras; las estrategias, por último, que las tornan efectivas, y cuyo dibujo general o cristalización institucional toma forma en los aparatos estatales, en la formulación de la ley, en las hegemonías sociales.

La condición de posibilidad del poder, en todo caso el punto de vista que permite volver inteligible su ejercicio ( . . . ) no debe ser buscado en la existencia primera de un punto central, en un foco único de soberanía del cual irradiarían formas derivadas y descendientes; son los pedestales móviles de las relaciones de fuerzas los que sin cesar inducen, por su desigualdad, estados de poder – siempre locales e inestables.

Omnipresencia del poder: no porque tenga el privilegio de reagruparlo todo bajo su invencible unidad, sino porque se está produciendo a cada instante, en todos los puntos o más bien en toda relación de un punto con otro. El poder está en todas partes; no es que lo englobe todo sino que viene de todas partes.

Y el poder, en lo que tiene de permanente, de repetitivo, de inerte, de autorreproductor, no es más que el efecto de conjunto que se dibuja a partir de todas esas movilidades.
Hay que ser nominalista, sin duda: el poder no es una institución y no es una estructura, no es cierta potencia de la que algunos estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada ( . . . ).”

( “Historia de la sexualidad. 1: La voluntad de saber “, pags. 112 y ss.
    México, Siglo XXI, 9ª ed, 1998 )
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15. M. Foucault. Tecnologías del yo y gobernabilidad.( En Tecnologías del yo, Barcelona,Paidós Ibérica, 1996 ).

 “Mi objetivo, desde hace más de veinticinco años ( este texto es de 1982 ), ha sido el de trazar una historia de las diferentes maneras en que, en nuestra cultura, los hombres han desarrollado un saber acerca de sí mismos: economía, biología, psiquiatría, medicina, . . . El punto principal no consiste en aceptar este saber como un valor dado, sino en analizar estas llamadas ciencias como “juegos de verdad” específicos, relacionados con técnicas específicas que los hombres utilizan para entenderse a sí mismos.
A modo de contextualización, debemos comprender que existen cuatro tipos principales de estas tecnologías y que cada una de ellas representa una matriz de la razón práctica:  1) tecnologías de producción, que nos permiten producir, transformar o manipular cosas; 2) tecnologías de sistemas de signos, que nos permiten utilizar signos, sentidos, símbolos;  3) tecnologías de poder, que determinan el comportamiento de los individuos, los someten a cierto tipo de fines o de dominación y consisten en una objetivación del sujeto;  4) tecnologías del yo , que permiten a los individuos efectuar, por cuenta propia o con la ayuda de otros, cierto número de operaciones sobre su cuerpo y su alma, pensamientos, comportamiento, . . . , obteniendo así una transformación de sí mismos con el fin de alcanzar cierto estado de felicidad, pureza, sabiduría o inmortalidad.
( Las tres primeras fueron formuladas por J. Habermas, agrego ).

Estos cuatro tipos de tecnologías casi nunca funcionan de modo separado, aunque cada una de ellas esté asociada con algún tipo particular de dominación.
Cada una implica ciertas formas de aprendizaje y de modificación de los individuos, no sólo en el sentido más evidente de adquisición de ciertas habilidades, sino también en el sentido de adquisición de ciertas actitudes.
( . . . )
Habitualmente, se usan las dos primeras tecnologías en el estudio de las ciencias y de la lingüística. Han sido las dos últimas, las tecnologías del dominio y del sujeto, las que más han requerido mi atención. He intentado elaborar una historia de la organización del saber respecto a la dominación y al sujeto.
( Así ) estudié la locura no con los criterios de las ciencias formales sino para mostrar cómo, mediante este extraño discurso, era posible un cierto tipo de control de los individuos dentro y fuera de los manicomios.

Este contacto entre las tecnologías de dominación de los demás y las referidas a uno mismo es lo que llamo gobernabilidad.” 
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   16.    FRITJOF CAPRA.EL PENSAMIENTO ECOLÓGICO O SISTÉMICO.
Esto sabemos,
Todo está conectado
como la sangre
que une a una familia . . .
Lo que le acaece a la tierra,
acaece a los hijos e hijas de la tierra.
El hombre no tejió la trama de la vida;
es una mera hebra de la misma.
Lo que le haga a la trama,
se lo hace a sí mismo.

Ted Perry (inspirado en el Jefe Seattle).


A medida que avanzamos en este nuevo milenio, los temas medioambientales van adquiriendo una importancia primordial. Nos enfrentamos a una serie de problemas globales que dañan la biósfera y la vida humana de modo alarmante y que podrían convertirse en irreversibles en breve.
Cuanto más estudiamos los principales problemas de nuestro tiempo, más nos percatamos de que no pueden ser entendidos aisladamente. Se trata de problemas sistémicos, lo que significa que están interconectados y son interdependientes. Por ejemplo, sólo se podrá estabilizar la población del globo cuando la pobreza se reduzca planetariamente.
La extinción en gran escala de especies de animales y plantas continuará mientras el hemisferio sur siga bajo el peso de deudas masivas. La escasez de recursos y el deterioro mediambiental se combinan con poblaciones en rápido crecimiento, llevando al colapso a las comunidades locales así como a la violencia étnica y tribal, que se ha convertido en la principal característica de la posguerra fría.
En última instancia estos problemas deben ser contemplados como distintas facetas de una misma crisis, que es en gran parte una crisis de percepción. Deriva del hecho de que la mayoría de nosotros, y especialmente nuestras grandes instituciones sociales, suscriben los conceptos de una visión desfasada del mundo, una percepción de la realidad inadecuada para tratar con nuestro superpoblado y globalmente interconectado mundo.

El cambio de paradigma.

En mi trayectoria como físico, me ha interesado principalmente el dramático cambio de conceptos que tuvo lugar en la física a lo largo de las tres primeras décadas del siglo pasado y que sigue teniendo consecuencias en nuestras teorías actuales sobre la materia. Los nuevos conceptos en física han significado un cambio profundo en nuestra visión del mundo: desde la perspectiva mecanicista de Descartes y Newton hasta una visión ecológica y holística.
La nueva visión de la realidad no resultó en absoluto fácil de aceptar a los físicos de principios del siglo XX. La exploración del mundo atómico y subatómico les puso en contacto con una extraña e inesperada realidad. En su esfuerzo por comprenderla, los científicos fueron dándose cuenta penosamente de que sus conceptos básicos, su lenguaje científico y su misma manera de pensar resultaban inadecuados para describir los fenómenos atómicos. Sus problemas no se limitaban a lo estrictamente intelectual, sino que alcanzaban la dimensión de una intensa crisis emocional o hasta podríamos decir existencial. Necesitaron mucho tiempo para superar esta crisis, pero al final se vieron recompensados con profundas revelaciones sobre la naturaleza de la materia y su relación con la mente humana.
Los dramáticos cambios de pensamiento que tuvieron lugar en la física de principios del siglo pasado han sido ampliamente discutidos por físicos y filósofos a lo largo de más de cincuenta años. Llevaron a Thomas Kuhn a la noción de paradigma científico, definido como una constelación de logros – conceptos, valores, técnicas,etc. – compartidos por una comunidad científica y usados por ésta para definir problemas y soluciones legítimas.
Los distintos paradigmas, según Kuhn, se suceden tras rupturas discontínuas y revolucionarias llamadas cambios de paradigma.

Hoy reconocemos el cambio de paradigma en la física como parte integrante de una transformación cultural mucho más amplia. Actualmente revivimos la crisis intelectual de los físicos cuánticos de los años veinte, en forma de una crisis cultural similar pero de proporciones mucho más amplias. Consecuentemente, asistimos a un cambio de paradigma, no sólo en la ciencia, sino también en  el más amplio contexto social.
Para analizar esta transformación cultural, he generalizado la definición de Kuhn del paradigma científico a la de paradigma social ,que describo como una constelación de conceptos, valores, percepciones y prácticas compartidos por una comunidad, que conforman una particular visión de la realidad que, a su vez, es la base del modo en que dicha comunidad se organiza.

El paradigma que ha dominado nuestra cultura occidental a lo largo de varios centenares de años es el llamado paradigma cartesiano-newtoniano o modelo mecanicista . Sabemos que el mismo está actualmente en recesión pero es necesario recordar algunas de sus características, que se encuentran en torno a algunas ideas y valores muy fuertes, entre las que podemos citar la visión del universo como un sistema mecánico compuesto de piezas, la del cuerpo humano como una máquina, la de la vida en sociedad como una lucha competitiva por la existencia, la creencia en el progreso material ilimitado a través del crecimiento económico y tecnológico y, no menos importante, la convicción de que una sociedad en la que la mujer esta por doquier sometida al hombre, no hace sino seguir las leyes naturales.
Todas estas presunciones se han visto seriamente cuestionadas por los acontecimientos recientes, y se puede afirmar sin vacilación que esta visión de la realidad  se encuentra en una profunda crisis.

Ecología profunda.

El nuevo paradigma podría denominarse una visión holística del mundo, ya que lo ve como un todo integrado más que como una discontínua colección de partes. Sobre la palabra “Holismo” dice el Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora:
“El vocablo “holismo” ( del griego “olos”, todo, entero, completo ) ha sido empleado para designar un modo de considerar ciertas realidades – y a veces todas las realidades en cuanto tales – primariamente como totalidades o “todos”.

El  nuevo paradigma también podría llamarse  “visión ecológica”, usando el término “ecológica” en un sentido mucho más amplio y profundo de lo habitual. La percepción desde la llamada ecología profunda reconoce la interdependencia fundamental entre todos los fenómenos y el hecho de que, como individuos y como sociedad, estamos todos inmersos (y finalmente dependientes de) los procesos cíclicos de la naturaleza.
Los términos holístico y ecológico difieren ligeramente en sus significados y parecería que el primero de ellos resulta menos apropiado que el segundo para describir el nuevo paradigma.
Una visión holística de una bicicleta, por ejemplo, significa verla como un todo funcional y entender consecuentemente la interdependencia de sus partes. Una visión ecológica incluiría esto, pero añadiría la percepción de cómo la bicicleta se inserta en su entorno natural y social: de dónde provienen sus materias primas, cómo se construyó, cómo su utilización afecta al entorno natural y a la comunidad en que se usa, etc.
Esta distinción entre holístico y ecológico es aún más importante cuando hablamos de sistemas vivos, para los que las conexiones con el entorno son mucho más vitales.
El sentido en que uso el término ecológico está asociado con una escuela filosófica específica, es más, con un movimiento de base conocido como ecología profunda, que está ganando prominencia rápidamente. El nombre del filósofo noruego Arne Naess se debe adscribir a esta corriente desde que ha sido quien ha explicitado la distinción entre ecología superficial y ecología profunda.

Ecología superficial y ecología profunda.

La ecología superficial es antropocéntrica, es decir, está centrada en el ser humano. Ve a éste por encima o aparte de la naturaleza, como fuente de todo valor, y le da a aquélla un valor únicamente instrumental, “de uso”. ( . . .).

La ecología profunda, en cambio, no separa a los humanos – ni a ninguna otra cosa – del entorno natural. Ve el mundo, no como una colección de objetos aislados, sino como una red de fenómenos fundamentalmente interconectados e interdependientes. La ecología profunda reconoce el valor intrínseco de todos los seres vivos y ve a los humanos como una mera hierba de la trama de la vida.
En última instancia, la percepción ecológica es una percepción espiritual o religiosa. Cuando el concepto de espíritu  es entendido como el modo de conciencia en el que el individuo experimenta un sentimiento de pertenencia y de conexión con el cosmos como un todo, queda claro que la percepción ecológica es espiritual en su más profunda esencia.
Es lo mismo que expresa Carl Sagan: “Estamos conectados orgánicamente con las más lejanas galaxias. Esto lo hemos podido experimentar analizando elementos contenidos en las colas de los cometas que han entrado a nuestra atmósfera y que podrían ser los mensajeros de los componentes de la vida en nuestro planeta. Esta experiencia tiene un contenido místico, sin duda”

No es por tanto sorprendente que la nueva visión de la realidad emergente, basada en la percepción ecológica, sea consecuente con la llamada filosofía perenne de las tradiciones espirituales, tanto si hablamos de la espiritualidad de los místicos cristianos, como de la de los budistas o de la filosofía subyacente en las tradiciones nativas americanas.

Además de la ecología profunda, hay otras dos escuelas filosóficas de ecología: la ecología social y la ecología feminista o ecofeminismo. Cada una de las tres aborda aspectos importantes del paradigma ecológico y  existe una tendencia a la integración de sus planteos.

La ecología profunda parece ofrecer la base filosófica y espiritual idónea para un estilo de vida ecológico y para el activismo medioambiental. No obstante, no nos dice mucho acerca de las características culturales y los patrones de organización social que han acarreado la presente crisis ecológica. Este es el objetivo de la ecología social.
El terreno común de varias escuelas dentro de la ecología social es el reconocimiento de que la naturaleza fundamentalmente antiecológica de muchas de nuestras estructuras sociales y económicas y de sus tecnologías, tiene sus raíces en lo que se ha denominado el “sistema dominador” de la organización social. Patriarcado, imperialismo, capitalismo y racismo son algunos ejemplos de la dominación social que son en sí mismos explotadores y antiecológicos. Entre las distintas escuelas de ecología social se cuentan varios grupos anarquistas y marxistas que utilizan sus respectivos marcos conceptuales para analizar distintos patrones de dominación social.

El ecofeminismo dirige sus críticas a la dinámica de la dominación patriarcal, varonil sobre el conjunto de la sociedad. Pero van más allá de la mera crítica, puesto que ve en la dominación patriarcal del hombre sobre la mujer, el prototipo de toda dominación y explotación, cualquiera sea la característica que ellas adopten y cualquiera sea la sociedad de que se trate. Señalan que la explotación de la naturaleza en particual ha ido de la mano con la de la mujer, que ha sido identificada con la naturaleza a través de los tiempos. Esta antigua asociación entre mujer y naturaleza vincula la historia de la mujer con la del medio ambiente y es el origen de la afinidad natural entre feminismo y ecología.

Nuevos valores.

El cambio de paradigma requiere una expansión no sólo de nuestras percepciones y modos de pensar sino también de nuestros valores. Si tenemos presente la profunda conexión existente entre pensamientos y valores, en este actual panorama de crisis ambos pueden ser contemplados como cambios desde la asertividad a la integración.- (Asertivo significa afirmativo). Ambas tendencias – asertiva e integrativa – son aspectos importantes de todos los sistemas vivos. Ninguna es intrínsecamente buena o mala. Lo bueno o saludable es un equilibrio dinámico entre ambas y lo malo o insalubre es su desequlibrio, el enfatizar desproporcionadamente una en detrimento de la otra. Si contemplamos desde esta perspectiva nuestra actual cultura industrial occidental , veremos que hemos enfatizado las tendencias asertivas a costa de las integrativas. Resulta entonces muy instructivo emparejar estas tendencias opuestas en el siguiente esquema:


                 Pensamiento                                        Valores

Asertivo                 Integrativo                          Asertivo            Integrativo

Racional                 Intuitivo                              Expansión          Conservación
Analítico                 Sintético                            Competición      Cooperación
Reduccionista       Holístico                             Cantidad            Calidad
Lineal                     No-lineal                             Dominación       Asociación.



Los valores asertivos (competición,expansión,dominación) están generalmente asociados a los varones. Efectivamente, en una sociedad patriarcal éstos no sólo se ven favorecidos, sino también recompensados económicamente y dotados de poder político. Esta es una de las razones por las que el cambio hacia un sistema de valores más equilibrado resulta tan difícil para la mayoría de las personas. Y especialmente para los varones.
El poder, en el sentido de dominación sobre los demás, es asertividad excesiva. La estructura social en que se ejerce con mayor eficacia es la jerarquía. Sin duda, nuestras estructuras políticas, militares y corporativas están ordenadas jerárquicamente, con varones  generalmente situados en los niveles superiores y mujeres en los inferiores. La mayoría de estos varones y algunas de las mujeres han llegado a identificar su posición en la jerarquía como parte de sí mismos, por lo que el cambio a un sistema de valores distinto implica para ellos un temor existencial
Existe otra clase de poder más apropiada para el nuevo paradigma: el poder como influencia sobre los otros. La estructura ideal para el ejercicio de esta clase de poder no es la jerarquía sino la red que, como veremos, es la metáfora central de la ecología. El cambio de paradigma incluye por tanto el cambio de jerarquías a redes en la organización social.

Etica.

Toda la cuestión de los valores es crucial en la ecología profunda. Es, en realidad, su característica definitoria central. Mientras que el viejo paradigma mecanicista se basaba en valores antropocéntricos (centrados en el hombre), la ecología profunda tiene sus bases en valores ecocéntricos (centrados en la tierra). Es una visión del mundo que reconoce el valor inherente de la vida no humana. Todos los seres vivos son miembros de comunidades ecológicas vinculados por una red de interdependencias. Cuando esta profunda percepción ecológica se vuelve parte de nuestra vida cotidiana, emerge un sistema ético radicalmente nuevo.
Dicha ética, profundamente ecológica, se necesita urgentemente hoy en día y muy especialmente en la ciencia, puesto que mucho de lo que los científicos están haciendo no es constructivo y respetuoso con la vida, sino todo lo contrario. Con físicos diseñando sistemas de armas capaces de borrar la vida de la faz de la tierra, con químicos contaminando el planeta, con biólogos soltando nuevos y desconocidos microorganismos sin conocer sus consecuencias, con psicólogos y otros científicos torturando animales en nombre del progreso científico, con todo ello en marcha, la introducción de unos estandares “ecoéticos” en el mundo  científico parece de la máxima urgencia.
Generalmente no está admitido que los valores no son algo externo a la ciencia y a la tecnología, sino que constituyen su misma base y motivación. Durante la revolución científica del siglo 17 se separaron los valores de los hechos y, desde entonces, tendemos a creer que los hechos científicos son independientes de lo que hacemos y por lo tanto de nuestros valores. En realidad, el hecho científico surge de una constelación completa de percepciones, valores y acciones humanas, es decir, de un paradigma del que no puede ser desvinculado.
Por lo tanto, los científicos son responsables de su trabajo no sólo intelectualmente, sino también moralmente.

Dentro del contexto de la ecología profunda, el reconocimineto de valores inherentes a toda naturaleza viviente está basado en la experiencia profundamente ecológica o espiritual de que naturaleza y uno mismo son uno. Hay una expansión del uno mismo hasta su identificación con la naturaleza y esto es el  fundamento de esta percepción. Dice Arne Naess:

                                                                                     “El cuidado, la delicadeza, la precaución, la máxima atención fluyen naturalmente cuando el “sí mismo” se amplía y profundiza hasta el punto de sentir y concebir la protección de la Naturaleza libre como la de nosotros mismos . . .   Al igual que no precisamos de la moral para respirar, igualmente, si nuestro “sí mismo”, en el sentido más amplio, abarca a otro ser, no precisamos de ninguna exhortación moral para evidenciar cuidado hacia él.  Cuidamos por nosotros mismos, sin precisar ninguna presión moral. Si la realidad es como la que experimenta nuestro ser ecológico, nuestro comportamiento sigue natural y perfectamente normas de estricta ética medioambiental.”